El análisis
de Roberto Centeno: El Rey se va y deja un país dividido y arruinado
Por Roberto Centeno.-
La abdicación del Rey, sin dar explicaciones sobre su verdadera causa, sólo ha
añadido más incertidumbre e inestabilidad a la ya provocada por el resultado de
las elecciones europeas y por la inaudita dejación y cobardía de Rajoy ante el
golpe contra el Estado que preparan con total impunidad los secesionistas
catalanes. Es la guinda del pastel de un reinado catastrófico, que deja una
España más dividida que nunca, empobrecida y endeudada para varias generaciones
y que ha originado privilegios insultantes e indefendibles para los oligarcas
políticos, financieros y empresariales. Según The New York Times, el Rey que
llegó al trono sin nada ha acumulado una fortuna personal de 2.300 millones de
dólares.
Aunque un monarca de partidos –no constitucional ni
parlamentario como dicen por ignorancia supina todos los medios de
comunicación, lo primero porque no existe separación de poderes y lo segundo
porque el Parlamento no tiene supremacía sobre el ejecutivo, sino a la inversa–
no tenga capacidad de gobierno, nunca debió permitir decisiones que afectan de
lleno a la unidad de la nación de la que era árbitro y moderador. Me refiero,
en concreto, al modelo de Estado de las autonomías puesto en marcha por el mediocre
de Suárez, un jefe de la Falange que apenas pudo terminar la carrera de Derecho
con su disparatado “café para todos”, con el que intentó dar satisfacción a sus
barones y a los del PSOE para que se repartieran España como si fuera un solar.
El Rey, que además ha intervenido en todo lo que le ha dado
la gana, nunca lo ha hecho en los temas trascendentales para la nación. Y de la
misma manera que ha debido pararle los pies a los separatistas vascos y
catalanes y no decirles la solemne estupidez de que “hablando se entiende la
gente”, debió detener la irresponsabilidad de Suárez y sus barones, que, sin el
menor sentido de España, pusieron en marcha un mecanismo diabólico que ha
terminado por destruir la conciencia de su unidad. Antes se decía que los pueblos
tienen la religión de sus reyes, y ahora se puede decir que los pueblos padecen
la corrupción generada por los oligarcas imitando a la de su rey, tan amigo de
cacerías donde se gestaban grandes comisiones, negocios y favores, e íntimo de
reyes del pelotazo; a algunos de los cuales ha salvado de la cárcel.
¿Pero de qué República habla el izquierdismo radical?
Don Antonio García Trevijano, que redactó la carta que D.
Juan de Borbón envió a su hijo Juan Carlos y a Franco, no admitió que Franco
tuviera el poder de alterar el orden sucesorio en la Monarquía. Prohibió a su
hijo que aceptara lo que le ofrecía Franco, el nombramiento de sucesor a título
de Rey, pues esa monarquía carecería de honor, la virtud que tradicionalmente
legitima a las monarquías, a diferencia de las repúblicas, cuya fuerza
legitimadora tiene su raíz en la virtud. El sábado pasado, preguntándole yo qué
consejos daría a Felipe VI, me dijo: “D. Juan Carlos no le ha hecho rey por
amor, sino por temor; es decir, que le han hecho rey a la fuerza, así que se
las apañe como pueda. Yo pediré siempre la abolición de la Monarquía, pero me
encantaría que los reyes abolidos siguieran viviendo en España”.
Mientras tanto, en estos momentos hay una doble exaltación
popular. Por un lado, la del heredero ya elevado a los altares por una campaña
mediática sin precedentes que se volverá contra él si no es capaz de plantar
cara ni al separatismo, ni a la corrupción, ni hacer cumplir la ley en toda la
nación, y no parece que vaya por ahí. Y de otro, la de los nostálgicos de la
sangrienta Segunda República a través de un referéndum para que el pueblo
decida entre monarquía (la que hay) y república (la que no se sabe qué). Un
referéndum que está produciendo una cierta movilización y serios
enfrentamientos en el partido socialista que lo dividirán aún más de lo que
está.
No se detiene la minoría vociferante que está a favor de la
desastrosa Segunda República. A ella hay que decirle que lo prioritario es
abandonar las abstracciones y precisar las instituciones que deben definir a la
monarquía o a la república. Nunca se debe volver a un pasado que ha fracasado.
Ni a la Primera República Federal, ni a la sangrienta Segunda República
Parlamentaria, ni a la continuidad de la Monarquía de Partidos que ha presidido
el rey Juan Carlos.
García Trevijano es, hasta hoy, el único político y el único
pensador que ha definido y defendido la república moderna, es decir, la
república presidencialista con separación de poderes, con Justicia
independiente y expulsando del Estado a todos los partidos políticos. Esto y
sólo esto es lo que podría someterse a referéndum. La supresión radical de
todos los partidos estatales es la condición sine qua non de la autonomía de la
sociedad civil. Los partidos políticos nunca pueden ser por su propia
naturaleza voluntaria órganos del Estado. Eso fue la característica del
nazismo, del fascismo y de la democracia orgánica de Franco.
Esta autoridad reconocida en el mundo entero menos en España
–sus libros son los únicos de un pensador político español en la biblioteca del
Congreso de los EEUU–, como era de esperar, fue contraria siempre al Estado de
las autonomías, salvo la restauración de las autonomías que tuvieron durante la
república Cataluña y el País Vasco. Sin embargo, estos estatutos no deben conllevar
privilegio económico alguno, porque para ello tendrían que ser aprobados por la
totalidad de la sociedad española.
De momento, y gracias a ‘Super Mario’, el reinado de Felipe
VI va a empezar con buen pie porque los procesos de expansión monetaria siempre
empiezan bien y terminan en desastre, o sea que el reinado comenzará en un
marco de euforia. El Banco Central Europeo ha decidido inyectar 400.000
millones de euros a la economía con la intención expresa de que los bancos
incrementen los créditos a la economía productiva. Este es un tipo de medidas
que ha fracasado siempre y en todo lugar, pero en el caso de la España, ya les
cuento. España tiene un exceso de capacidad productiva, de sistema financiero,
y lo peor, un tamaño de Estado monstruoso y una deuda pública imposible de
pagar y creciendo sin pausa. La expansión monetaria que da más droga a los
drogadictos no es, desde luego, lo que necesita nuestra economía.
Y van a suceder varias cosas. La primera, perpetuar el
exceso de capacidad productiva. Los bancos obligados a prestar a la economía
real empezarán por los grandes del Ibex y, muy particularmente, las grandes
constructoras, mientras que a las pymes y a los autónomos, que son los
verdaderos creadores de empleo, ni agua. La segunda, perpetuar el sobredimensionamiento
del sistema financiero que seguirá siendo el más caro de Europa y cuya avaricia
e incompetencia criminales le han llevado a una quiebra histórica, que Zapatero
y Rajoy han hecho recaer sobre los ciudadanos. Y, lo peor de todo, inflará más
aún la insostenible burbuja de deuda suministrando más dinero a los
despilfarradores y corruptos, asegurando más aún la ruina de varias
generaciones de españoles. El efecto positivo, más por el crecimiento de la
economía norteamericana que se espera en el segundo semestre, es que el euro
puede estar a 1,25 dólares a fin de año.
Viniendo Draghi de donde viene, esto resulta incomprensible.
Como alto ejecutivo del Goldman Sachs ayudó al Gobierno griego a engañar a
Bruselas durante años sobre la realidad de su deuda y su capacidad para
repagarla, hasta que estalló la bomba. Me consta, a través de amigos comunes,
que Draghi conoce mejor que nadie todas las trampas de Montoro y Rajoy, unos
pardillos a su lado y, sin embargo, sigue alimentando una gigantesca burbuja de
deuda. Hace que se cree las cifras falsas de la contabilidad nacional respecto
a déficit público y a crecimiento, en lugar de haber exigido la auditoría de la
Contabilidad Nacional por el BCE, y un déficit público asumible para tener
derecho a participar.
Es el mismo escenario de Grecia antes de la suspensión de
pagos que él contribuyó tan activamente a mantener durante años. En cuanto a la
bajada de tipos al 0,25%, sólo tendrá un efecto útil: bajar la rentabilidad de
los depósitos de las familias y reducir así más aún su renta disponible. Si
Felipe VI estuviera tan preparado como dice la propaganda oficial, se daría
cuenta de que lo que tendría que hacer es desengancharse de los herederos de
los oligarcas que rodeaban a su padre, exigir una reducción drástica e
inmediata del tamaño del Estado, plantar cara de una vez por todas a los
separatistas, exigir a la banca que tome el riesgo de prestar a familias y
pymes, que corte la financiación al Estado, y su voluntad de someter a
referéndum el sistema político y el modelo autonómico. No lo hará.
Balance de 40 años de reinado
El balance de estos casi 40 años de reinado de Don Juan
Carlos puede definirse sin la menor sombre de duda como un desastre sin
paliativos. El gran “mérito” que muchos, atados o no al pesebre, atribuyen al
Rey es el haber conseguido una Transición no traumática y el haber restaurado
eso que la propaganda llama democracia. Nada más lejos. La Transición no fue
traumática no porque el rey Juan Carlos y el mediocre de Suárez hicieran nada
especial, sino porque los españoles no estaban por ello, exactamente igual que
no han sido traumáticas ninguna de las transiciones de los países del Este
desde el comunismo a la democracia.
Es ridículo atribuirle a esto dos personajes un mérito que
ni les corresponde ni le corresponde a nadie, sólo a la sensatez y el miedo de
un pueblo con una poderosa clase media creada por el general Franco y que no
estaba para aventuras revanchistas de tipo alguno, como no lo han estado
tampoco en ningún otro país europeo que han transitado también pacíficamente
desde la dictadura más férrea a la democracia. Y en cuanto a traer la libertad
política colectiva, ha sido justamente lo contrario: se la han hurtado vilmente
al pueblo español imponiéndonos una oligarquía de partidos sin separación de
poderes, sin elección directa de los representantes del pueblo, al que sólo se
le permite elegir una lista cerrada de nombres que ni conoce ni le representa.
Unos paniaguados que no se preocupan lo más mínimo por el interés de los ciudadanos,
sino por el de quienes les pusieron en esa lista. Y es a eso lo que la
propaganda llama democracia.
Y en cuanto a la mejora del nivel de vida, la única manera
de saberlo es comparar nuestra renta per cápita con la del resto de los países
de nuestro entorno y saber cómo era entonces. Es decir, cómo se ha comportado
nuestra renta relativa, nunca nuestra renta absoluta porque en un mundo que ha
crecido espectacularmente desde entonces cualquier tonto hace relojes, y el que
hayamos crecido no sirve para valorar 40 años. Al contrario de lo que proclaman
la mayoría de medios y cree la mayoría de la población, la renta relativa per
cápita comparada a la de los países centrales de UE –los 9 países que en 1975
formaban parte la CEE (1)– se ha desplomado ¡diez puntos!, de un 81,4% en 1975
al 71,6% casi 40 años después.
Dos hechos más, también inapelables. En 1975 la renta per
cápita de Irlanda y de España era la misma, 10.000 $; 40 años después, la renta
de Irlanda es un 37% superior (42.417 $ vs. 30.740 $). En 1975, Corea del Sur
tenía el mismo potencial industrial que España; 40 años después, Corea del Sur
tiene una industria pujante del mayor nivel mundial, en automóviles, en imagen
y sonido, en tecnología de vanguardia –Samsung le moja la oreja a Apple en su
propio territorio–, en construcción naval y en todo lo demás. España, cuyo
sector industrial representaba el 36 % del PIB, desmantelado por Felipe
González y siguientes, es hoy sólo el 14% del PIB, y a base no de tecnologías
propias sino de ser taller de montaje de tecnología de los demás.
La distribución de la renta no sólo es mucho peor que en
1975, cuando el sueldo de una persona era suficiente para mantener una familia
y hoy con dos es insuficiente, sino que es la peor de toda Europa. Un 50% de la
población ocupada es mileurista o menos. La enseñanza pública, entonces a la
cabeza de Europa, se encuentra hoy, gracias al sectarismo del PSOE, que cambio
el conocimiento por el carnet de izquierdas para seleccionar el profesorado,
por debajo del número 40 y bajando. Todo ello bajo el techo de un modelo de
Estado cuyo coste –100.000 millones anuales de despilfarro– y corrupción
masivas están desangrando al país para varias generaciones y son causa
principal del desastre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario