Por Félix Rodrigo------- Vivimos un tiempo en que el
espantoso incremento del paro lleva a la izquierda, en particular a la más
servil hoy hacia el empresariado, IU, Anguita y sus dependientes, a magnificar
más allá de toda medida el trabajo asalariado, presentado como una bendición.
Claro que en
el pasado, cuando había más o menos pleno empleo, sucedía lo mismo. El
capitalismo era explotador si pagaba salarios bajos pero era excelente si
entregaba un buen mazo de billetes al explotado: tal es la lógica de casi todo
el “anti capitalismo” en circulación, cuya única ideología es el dinero y el
consumo. Viven para el consumo y se movilizan sólo por más consumo. Esa es su
razón de ser.
Sus
“luchas”, cada vez más ridículas por canijas y patéticas, se encaminan a lograr
maximizar el precio de la mano de obra. Quienes las llevan son buenos burgueses
que se saben propietarios de una mercancía, su fuerza de trabajo, y desean
venderla en las mejores condiciones posibles en el mercado laboral. Para
ocultar tan miserable condición, la de afanosos mercaderes de sí mismos y sí
mismas, tienden a usar palabritas pretendidamente terribles, como “anti
capitalismo”, “movilizaciones” y otras similares.
En estas
gentes sólo el dinero cuenta. No tienen auto-respeto, carecen de dignidad, ni
siquiera entiende lo que es una vida libre y auto determinada. Si hay dinero de
por medio, si el empresario paga bien, éste es el mejor de los mundo, si paga
mal, entonces amenazan con no se sabe bien qué apocalipsis, ellos que no tienen
ya ánimos ni para matar una mosca.
Las luchas
salariales, cuando están fuera de una estrategia revolucionaria y, además, se
convierten en la tarea principal, o incluso única, son reaccionarias. Refuerzan
el mundo de lo mercantil, magnifican el dinero y dinamizan al capitalismo, al
estimularle a elevarse a formas más eficientes de explotación de la mano de
obra, con uso de sistemas tecnológicos crecientemente perfeccionados y, por
ello más y más letales para la esencia concreta humana y la condición obrera.
Las
reivindicaciones salariales ajenas del contexto de una estrategia
revolucionaria son, por tanto, una forma como otra cualquiera de competencia
capitalista, similar a las que libran los empresarios entre sí. No tienen nada
de anticapitalista sin comillas, pues a través de ellas el capitalismo se
perfecciona paso a paso. En ellas no está “la revolución social” sino la más
ramplona y grosera reacción.
Hemos dicho
“estrategia revolucionaria” y, ¿cuál puede ser ésta? Pues precisamente poner
fin al salariado para realizar el trabajo libre, terminar con la auto-venta de
la mano de obra, hacer que la libertad civil impere en la unidad productiva,
derrocar la tiranía horrorosa del empleador, del empresario y sus sayones, en
el centro de trabajo, fábrica u oficina, para convertirlo en un espacio de
concordia y hermandad, al no haber más que trabajadoras y trabajadores
libremente asociados, una vez expropiados los explotadores.
La meta no
son los altos salarios, no es el consumo, no es venderse por más dinero. Es
vivir con libertad, dominando la totalidad de las condiciones de la propia
existencia, las del acto productivo, laboral, creados de las condiciones
materiales de la existencia, en primer lugar.
El trabajo
asalariado, sobre todo el que está mejor pagado, es un atentado a la esencia
concreta humana, o dicho más llanamente: no se puede ser persona en todo el
sentido grande y magnífico que tiene esa palabra si se padece el régimen
salarial.
Éste, en el
asalariado y en la asalariada, destruye la inteligencia, tritura el sentido
moral, anula las facultades relacionales, devasta la sensibilidad, refuerza
hasta límites pasmosos el egoísmo, aniquila el libre albedrio y arrasa el
sentido de la propia dignidad. Convierte a la persona en un bruto, en una
devastada criatura que obedece órdenes ilegítimas, que soporta humillaciones
sin cuento, que ha de hacer delegación de todo lo que tiene de mejor en unos
sujetos feroces y zafios, los jefes y jefecillos, que someten a la gente
asalariada a sus demasías, chulerías, atrocidades, incompetencias, sadismos y
vandalismos.
Hay pues que
hacer la revolución social-integral poniendo fin al trabajo asalariado.
Pero, ¿quién
preconiza hoy el fin del trabajo asalariado, la liberación de esa maldición, de
ese horror, de esa pesadilla? Pues casi nadie. Nuestra patética “radicalidad”,
socialdemócrata a la manera de Chomsky, está perpetuamente concentrada en
“luchas” por más dinero, ahora contra los recortes, ayer por mayores salarios,
nunca por liquidar de una vez y para siempre el trabajo a cambio de un salario.
El libro que
mejor, quizá, denuncia la perfidia ilimitada del régimen salarial es “Trabajo y
capital monopolista. La degradación del trabajo en el siglo XX”, de Harry
Braverman. Demuestra con testimonios tan dramáticos como irrefutables que el
capitalismo es incompatible con lo humano, en particular el capitalismo que se
sirve de la tecnología a gran escala y que organiza “científicamente” la
producción. De tales “maravillas” salen seres subhumanos, desventuradas
criaturas que en el acto productivo, impuesto y forzado, pierden lo que tienen
de más magnifico, su condición de seres humanos.
Braverman
nos viene a decir que no hay sociedad humana, ni sociedad ética, ni sociedad a
secas sin liquidar el régimen salarial, y que éste es tanto más atroz e
intolerable cuanto más altos salarios paga…
Sin poner
fin al salariado es imposible regenera la sociedad y rehumanizar al individuo.
El eticismo, o el culturalismo, y también el politicismo, de algunas autores
yerran por cuanto hay un problema estructural previo y básico, la adquisición
de la libertad civil en el acto de trabajar, la realización de la producción a
través de los procedimientos de la autogestión, con el trabajo libre asociado.
Otro libro
magnífico en la denuncia es “La condición obrera” de Simone Weil. Llega
exactamente a las mismas condiciones que Braverman. Es escandaloso que mientras
Simone explica que la producción fabril asalariada y maquinizada tiene como
meta destruir al ser humano, el feminismo machista defienda que esa misma
producción, que aquella mujer maravillosa y modélica presenta como el infierno
realizado, sea excelente para “liberar” a las mujeres…
Ahí nos
topamos de nuevo con lo que es el feminismo, un modo de destruir a las mujeres
en beneficio de la clase capitalista, que está entusiasmada con esa apología
del capital. Como dice una querida amiga, mientras los hombres sólo están
obligados a sufrir y soportar el régimen salarial a las mujeres se las obliga
(lo hace el feminismo) además a venerarlo y amarlo, devastándolas por partida
doble… Ahora se entiende por qué aquél es promovido, hiper-financiado, por la
gran empresa capitalista[1].
Tenemos que
poner fin a la grosera mentalidad socialdemócrata que llama “anticapitalismo” a
exigir más altos salarios, más dinero, más consumo, más deshumanización por
tanto, para crear un gran movimiento de denuncia del salariado en sí y por sí,
especialmente del que sufren y padecen las mujeres trabajadoras, para abrir
camina a una lucha por una sociedad en que las personas sean lo que parecen, a
saber, seres humanos.
Para ello
tenemos que alcanzar un pacto por la revolución, cuyo fundamento ha de ser el
acuerdo compartido de que seguiremos a delante hasta poner fin al capitalismo,
al salariado, conquistando la libertad en el acto de trabajar, que es la
precondición de una sociedad libre, de seres humanos, de mujeres plenamente
realizadas, de hombres liberados de las lacras del nuevo régimen neo-servil, el
salariado contemporáneo.
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