La España
que nos deja el Borbón
Se va y nos deja en herencia un país dividido, cuarteado por
el odio, empobrecido, donde los ciudadanos de menos rentas asumen las deudas de
otros y con la corrupción enseñoreándose de todas las instituciones del Estado.
Se va como vino, con los engaños y mentiras de los amanuenses de la cosa real
glosando hasta el empalago las virtudes de un Rey que ha sido de todo menos
ejemplar y virtuoso. El muñidor de la partitocracia nos dice adiós. Tanto
infierno le de Dios como miseria nos deja. No sabremos nunca la verdad. Tan
sólo que la historia de España registró el 2 de junio del 2014 como la fecha
del adiós de un infame regio.
Para que la casta política, empresarial, sindical y banquera
siga saqueándonos y robando a manos llenas los últimos restos del Estado aún
representado hace falta un sucesor, alguien que legitime institucionalmente y
represente la continuidad de un sistema corrupto que roba y tiraniza a los
españoles. Es extraño que PSOE y PP hayan aparcado sus diferencias para sellar
una ‘pax mafiosa’ entre todos sus clanes. La continuidad de la Monarquía, nos
dicen, no se discute. Así que lo que hoy toca es respaldar la coronación regia
de un heredero menos deseado que José Bonaparte. Nos dicen que para garantizar
la estabilidad de un sistema democrático que, entre otras dudosas virtudes,
aparte de las ya enumeradas, ha traído consigo: desde la abolición de los
derechos de los trabajadores, con la complicidad canalla de los sindicatos del
sistema, hasta la privatización de la sanidad pública, previo saqueo por parte
de la casta política. Entre tanto, legiones de descerebrados sin opinión, sin
visión ni juicio, deambulan de aquí para allá, al acecho de lo que les caiga. Y
por si fuera poco, la prensa española vierte estos días toneladas de mermelada
sagrada para la elevación de Juan Carlos I al altar mayor de la democracia,
junto a Carrillo y Suárez, otro que tal, igual que recién muerto Franco se
aplicó en la perruna tarea de glorificar los servicios y méritos del Caudillo.
Mientras este país, abducido por la telebasura, siga
arreando sus ganancias a la España borbónica, ahora en versión partitocrática,
no hay nada que hacer salvo aguardar la inevitabilidad del fatal desenlace.
Fernando VII y Carlos IV competían en lisonjas a Napoleón por sus victorias
sobre los españoles. Isabelinos y carlistas anegaron en sangre la España
decimonónica por un quítame allá esas pajas sucesorias. Ya en el siglo XX,
Alfonso XIII abandonó ratunamente España tras las elecciones municipales de
abril de 1931 y dejó sembrado en el camino la semilla de la guerra civil. 81
años más tarde, Juan Carlos I, entre furtivos lances amorosos, comisiones
saudíes y rinconetes, cortadillos y urdangarines, ha dejado a España tan
irreconocible que ha bastado la delirante demagogia de un gualtrapas con coleta
para que la débil estructura del edificio se haya visto seriamente amenazada.
Como en la antesala del 1 de abril de 1936, la extrema
izquierda vuelve a ser un clamor contra la Monarquía y por la República. Claro
que si lo que proponen es una República tricolor como la del 31, virgencita,
virgencita, que me quede como estoy. Se sienten fortalecidos tras las
elecciones del 25 de mayo. Desde la Transición la calle es de ellos. La derecha
liberal solo vocifera cuando los intereses de la Conferencia Episcopal están en
juego. La llamada derecha patriótica, ni eso. Lo suyo es el ‘agitprop’ en las
redes sociales y las baladronadas patrioteras en el lugar casi nunca apropiado.
Así que no es de extrañar que en este tema, como en todos los que han tenido
lugar desde la Transición, no se la tenga en cuenta.
De todos los panegíricos que ensalzan estos días al Rey, me
quedo con el de Luis María Anson. El caradura ha destacado la fidelidad del
Juan Carlos I a la libertad y al progreso de los españoles como su principal
acierto. “La fidelidad es la luz de la mente”, escribió hace no sé cuánto
tiempo, no sé quién y no sé dónde. Todo lo cual me autoriza a firmar que la
España borbónica es un país prácticamente a oscuras.
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