La
oligarquía de sinvergüenzas de la
transición debe ser destruido
Por Roberto Centeno.-
Terminaba mi artículo de la pasada semana parafraseando al viejo Catón, “España
hacia el suicidio 2”, con una conclusión de carácter categórico: “Oligarquia
politica delenda est”, o la oligarquía política (derivada de la Transición)
debe ser destruida. No decía adecuada ni reformada, para eso ya es demasiado
tarde, decía destruida.
El grado de corrupción de alto nivel –no me refiero al que
se lleva crudos uno o 20 millones de euros- es el mayor expolio a un pueblo que
haya existido jamás en la historia de España y Europa. Me estoy refiriendo al
que se lleva 1.000, 10.000 o 20.000 millones, es decir, las oligarquías
empresarial y bancaria. Me estoy refiriendo también a las oligarquías
económicas, que son las que legislan en su beneficio, en contra de la clase
media y trabajadora, a quienes están empobreciendo como nunca en el pasado.
Me estoy refiriendo, por ejemplo, a casos como el del
ministro de Economía, que afirmó hace un año que “el rescate bancario no
costará un euro al contribuyente” y, sin embargo, ya ha costado más de 60.000
millones sin que pase nada. Nadie –empezando por el Ministro– responde al
respecto. Me estoy refiriendo también a la gigantesca estafa de Sareb, que se
queda al doble de su precio de mercado con todos los activos basura de la
banca, algo que unido a lo desastroso de su gestión, costará a los españoles
más de 30.000 millones de euros.
Me estoy refiriendo a que estos miserables que nos
gobiernan, entre efectivo, garantías y avales, han dedicado al rescate bancario
más de 300.000 millones de euros. Esta gigantesca cantidad, según la última
estimación del FMI, supondrá una pérdida final para los españoles que superará
los 140.000 millones de euros, porque los 60.000 perdidos hasta ahora, ( no
40.000 como dice el Ministro) son solo la primera parte. Ningún rescate
bancario mundial costará tanto a una nación como el pactado entre la oligarquía
política y la financiera. Cifras tan increíblemente brutales que hubieran
llevado a la cárcel a todos los responsables políticos y bancarios en cualquier
otro país. Aquí, sin embargo, nos roban con total impunidad.
Me refiero también a actos y comportamientos que son delitos
graves en todo el mundo civilizado, mientras que aquí son producto de la vida
diaria. Se legisla para y por la oligarquía; los errores, los robos y el
expolio son contemplados como algo normal, como “business as usual”. Que los
pobres y la clase media paguen por el latrocinio y los errores de los ricos es
considerado lo normal.
Que las puertas giratorias lleven a los políticos corruptos,
cuando termina su mandato, a las poltronas de los grandes bancos y empresas
como pago de los favores realizados, es lo normal. Que las grandes
instituciones como el Banco de España mientan, permitan la manipulación de los
balances y legislen para que sea mas fácil ocultar y engañar, también es
habitual. Que la CNMV haya permitido sin castigo posterior el expolio de
cientos de miles de familias engañadas por los bancos es lo normal, aquellas
que cambiaron sus ahorros de toda la vida por productos basura donde han
perdido casi todo. Que cientos de miles de enchufados se hayan asentado en las
Administraciones Públicas y ocupado los cargos mejor retribuidos, arrinconando
a los verdaderos funcionarios, es algo considerado perfectamente normal.
En definitiva, estos hechos hacen que España hoy sea un país
postrado a nivel político, económico y moral. Una situación que no se arregla
con reformas (que ni se van a hacer ni a cumplir) porque quienes tienen que
hacerlas son los grandes culpables y beneficiarios de la situación. Por eso
solo cabe una solución: la oligarquía de la Transición debe ser destruida y
dentro de ello, muy principalmente, el modelo autonómico que ha sido fuente de
todos los despilfarros y corrupciones.
Pero ¿cómo hemos llegado a esta calamidad histórica? Todo
empezó con la gran traición. Cuando se esperaba la libertad política después de
Franco, apareció una oligarquía política aliada con la oligarquía empresarial y
financiera que nos hurtaría la democracia para después dividir España en 17
trozos contrarios en su mayoría a la realidad histórica. Todo ello gracias a la
traición del Partido Socialista y del Partido Comunista, que se integraron de
lleno en el bloque neo franquista que cuajó Suárez.
Engaño a todo un pueblo
Aunque durante todo el franquismo la única oposición había
procedido de grupos totalitarios -el Partido Comunista y los asesinos de ETA-,
en su etapa final la oposición democrática empezó a tomar forma. En toda España
había grupos organizados independientes que apoyaban activamente la idea de la
ruptura democrática contra la reforma neofranquista perfilada por Suárez.
Cuando se esperaba la acción democrática de todos los
partidos integrados en las organizaciones creadas y coordinadas por Antonio
García Trevijano (Junta Democrática de España y Plataforma de Convergencia
Democrática, fundidas en la popularmente llamada Platajunta), se produjo de
repente una cadena de traiciones inaugurada por el PSOE, que fue continuada por
los nacionalistas catalanes y vascos para después ser rematada por el Partido
Comunista.
Cuando Trevijano facilitó la fusión de toda la oposición
democrática en un solo organismo, sabía ya que Felipe González estaba
preparando la gran traición. El ministro de asuntos exteriores de Mitterand,
amigo de Trevijano, le explicó que Kissinguer había acordado con Billy Brant el
apoyo a un cambio de gobierno en la monarquía española basado en tres
principios:
1. No someter a discusión la jefatura del Estado en la
monarquía de Don Juan Carlos.
2. Nombrar un nuevo presidente de la generación de Don Juan
Carlos para sustituir al gobierno de Carlos Arias.
3. Impedir que Trevijano consiguiera la unidad de la
oposición mediante la legalización del PC para así evitar que se produjera el
dominio de la izquierda en España, ya que el socialismo, que llevaba 40 años de
vacaciones, era inexistente, y había que conseguir tiempo para situarle en
primera fila.
A partir de ese momento, la suerte de Trevijano estaba
echada. Sería encarcelado por Fraga y sometido a la más vil campaña de
desprestigio por el PSOE, además de la implantación de una democracia real en
España. Adolfo Suárez, principal artífice de la Transición, decidió desde el
principio, por razones tácticas, impedir la introducción en España de una
democracia moderna con verdadera separación de poderes. Evitó la elección
directa del Presidente del Gobierno con un control riguroso de las cuentas
públicas y no esa farsa denominada Tribunal de Cuentas.
En su lugar, en plena sintonía con el PSOE, el Partido
Comunista y los nacionalistas pondrían en marcha una oligarquía basada en los
partidos políticos con un sistema electoral impuesto unilateralmente. Con ello,
deformó las proporciones de participación en beneficio propio, exactamente
igual que piensa hacer hoy Rajoy con el apoyo del PSOE para frenar a Podemos, o
al menos eso creía.
Suarez sometió su Ley para la reforma política a referéndum,
en el que solo podía optarse por el “si” o el “no”. Como el “no” era el miedo a
un nuevo enfrentamiento civil según la gigantesca patraña montada por esta
nueva casta política, solo podía ganar el “si”, la “libertad sin ira”, es
decir, la demagogia en estado puro. Esta mentira fue algo inaudito, pues como
se ha visto en todos los procesos posteriores de transición del comunismo a la
libertad en los países del Este, un enfrentamiento civil era imposible.
Las negociaciones bajo cuerda a espaldas de los ciudadanos
se convertirían en norma de conducta, llevando a cesiones, ambigüedades y contradicciones
de todo tipo. En ellas, solo contaban los intereses personales y de partido. No
se plantearía en ningún momento, ni por unos ni por otros, el interés de España
y de los españoles.
Así, las elecciones de junio de 1977, en las que ganó Unión
de Centro Democrático (UCD), llevaron la creación de “instituciones
predemocráticas” para repartirse España como si fuera un solar. Era un partido
de aluvión creado por Suárez lleno de franquistas y oportunistas, cuyo
denominador común era la ambición ilimitada de sus dirigentes a quienes solo
interesaba el dinero y el poder.
Con una irresponsabilidad jamás vista en la historia de
Europa, decidieron iniciar la fragmentación política y económica de una de las
naciones más antiguas del mundo. Lo llevaron a cabo concediendo la autonomía
provisional “a las regiones cuyos diputados, constituidos en asamblea
parlamentaria, así lo soliciten”, es decir, a todos los golfos y mangantes
ávidos de un poder y un enriquecimiento sin límites.
Este ansia de poder de los barones (ladrones) de UCD era
plenamente compartido por los nuevos socialistas, que del traje de pana
pasarían directamente al coche oficial y las oficinas de lujo. Los
nacionalistas, por lo que todos apoyaron esta fragmentación de España con
absoluto entusiasmo, se presentaban ante una opinión engañada, desinformada y
apática de los grandes salvadores de la Patria que nos habían devuelto la
democracia.
El modelo de Estado, la Ley Electoral y la Carta Magna con
los que los oligarcas de la Transición engañaron a los españoles, han sido un
fraude democrático y una estafa sin precedentes a toda una nación.
“Montesquieu ha muerto” y muerto seguirá
El PSOE es el partido político que más desgracias ha
ocasionado a este país. Fue quien planeó y organizó la Guerra Civil en 1934
precediendo al Frente Popular. Destruyó la Constitución republicana e hizo todo
lo que estuvo en su mano para provocar un levantamiento militar, que esperaba
sofocar con facilidad para después someter a toda España bajo su doctrina
totalitaria. El plan incluía un detonante final, el asesinato de Calvo Sotelo
por miembros del PSOE, en particular por la motorizada de Indalecio Prieto, un
cuerpo policiaco especial de este siniestro personaje.
En la Transición sería el PSOE quien pronunciaría, de boca
de su número dos Alfonso Guerra, la sentencia de muerte de la democracia y de
la libertad. “Montesquieu ha muerto”, viva la oligarquía, nada de Justicia
independiente, nada de poder Legislativo, nada de controles democráticos. Ellos
eran la democracia, como me diría un día el alcalde de Prat de Llobregat. Me lo
dijo mientras me exigía un soborno para no oponerse a la construcción del
oleoducto Tarragona-Barcelona que pasaba por este municipio. Para ello no
necesitaban controles de nadie.
De todas maneras el PSOE estaba dispuesto a lo que fuera
para echar a Suárez, que era un desastre sin paliativos. Alejando Rojas Marcos
me contó el pasado día 18, en el cumpleaños de Antonio García Trevijano, que
unos meses antes del 23-F coincidió en un vuelo a Barcelona con Felipe
González, y que este le dijo que había que echar a Suárez como fuera, incluso
con un golpe militar para dar paso luego a unas nuevas elecciones.
Ya en el poder, Felipe González buscó la homologación
europea a toda costa, en la que solo ellos pudieran conceder certificados de
demócrata, así que metió a España en la entonces CEE de forma improvisada a
cambio de desmantelar la industria, la cabaña lechera y la flota pesquera.
Después, Zapatero haría el resto, desenterrando la Guerra Civil, pactando con los
terroristas de ETA y llevando al país al mayor desastre económico y social
desde la Guerra de la Independencia.
Y a día de hoy ahí les tienen ustedes, Montesquieu sigue
muerto y enterrado, pero ni Felipe VI, ni Rajoy, ni Pedro Sánchez están
dispuestos a acabar con la corrupción,… ni nadie. Tampoco con las puertas
giratorias entre la alta Administración y los Consejos administrativos de las
grandes empresas, ni menos aún con reducir el tamaño del Estado a la mitad o
menos.
Sus familiares y correligionarios son sagrados, y como dice
Rajoy, “eso no se toca”. Con 2,9 millones de empleados públicos, un país que
puede funcionar con menos de un millón de ellos va al desastre total, por eso
las cuentas no salen ni podrán salir, por lo que el endeudamiento continuará de
forma imparable.
No existe regeneración posible, la única salida es que la
oligarquía partitocrática incompetente, antidemocrática y corrupta de la
Transición, junto al modelo autonómico impuesto, sean destruidos. Existirá vía
de escape si los culpables del desastre son procesados. Sin esto, España no
levantará cabeza jamás.
Como me decía mi gran amigo Camilo José Cela refiriéndose a
la Transición: “en España ya no queda ni vergüenza ni hombres, y si los
hubiera, los responsables de este desastre se habrían pegado un tiro”. De
momento, prefieren seguir expoliando, saqueando y legislando exclusivamente
para las oligarquías empresarial y financiera en contra de las clases medias y
trabajadoras, aunque para ello tengan que convertirnos en un país de
mileuristas (¿ha analizado bien la última EPA?) que tendrá como consecuencia la
ruina de varias generaciones de españoles..
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