Rajoy
decreta el fin de la crisis y se queda tan pancho
Poco menos que pronunciándose ‘ex cátedra’, es decir en tono
magistral y decisivo como cuando el Papa enseña a toda la Iglesia, o define
verdades pertenecientes a la fe o a las costumbres, el presidente Rajoy ha
decidido iniciar sus vacaciones veraniegas tratando de eliminar cualquier
sombra de duda sobre lo bien que gobierna el país. Y para ello ha dictado un
parte de guerra durante su balance del curso político ante los medios
informativos (01/08/2014) ciertamente gratuito, afirmando sin rubor alguno no que
la economía sigue más o menos estancada y sin perspectivas claras de futuro
(que es como está), sino que “la recuperación ha venido para quedarse” y que
éste es un “pronóstico inapelable”: así que todos a la playa y aquí paz y
después gloria…
Y para confirmar el milagro -llegados a este punto
estaríamos sin duda ante un hecho sobrenatural- el vicesecretario de Política
Local y Autonómica del partido en el Gobierno, Javier Arenas, aseguró acto
seguido, durante su intervención en la Escuela de Verano del PP de Punta Umbría
(Huelva), que “tras cumplir con los españoles para salir de la crisis, ha
llegado el momento de cumplir nuestro programa electoral”. Afirmando que
también éste es el momento de quedar como señores “con los votantes del Partido
Popular”.
De paso, ni corto ni perezoso, Arenas se refirió también a
la reforma electoral que propone el PP para que los alcaldes más votados
gobiernen directamente; algo que, según él, “tiene el amplísimo respaldo de la
opinión pública española”, porque “nadie puede estar tranquilo si gobierna por
un acuerdo en un despacho”. Y uno no tiene más remedio que preguntarse,
entonces, cómo hemos podido vivir desde 1978, incluidas las legislaturas
gobernadas por su partido, con un sistema tan aberrante y que, hasta ahora, agobiados
por la probable pérdida de sus mayorías absolutas tanto municipales como
autonómicas, no se les hubiera ocurrido cambiarlo.
Pero, lanzado abiertamente por la senda del surrealismo
político, terminó de liarse la manta a la cabeza afirmando que los ediles de su
partido “expresan lo más puro de la vocación política”, y que quienes quieran
encontrar lo más puro de la política “vayan a los ayuntamientos donde el PP
tiene alcaldes y concejales”. Y lo grave, gravísimo, es que parece que se lo
cree, razón por la que poco regeneracionismo cabe esperar dentro de su partido.
Claro está que hace más de un año, en el Consejo de Alcaldes
del PP de Málaga celebrado el 11 de mayo de 2013, este ‘pico de oro’ de la
política ya había afirmado de forma tajante: “Tenemos tiempo para aplicar
nuestro programa, para reconciliarnos con sectores que viven con preocupación
algunas decisiones que hemos tomado y tenemos tiempo de recoger los frutos”. Y
asegurado que entonces ya se tenía superada la primera etapa de la legislatura
(la de “apagar fuegos, afrontar la herencia y corregir los grandes
desequilibrios que recibimos del Gobierno anterior”) y que “más bien pronto que
tarde vamos a recoger esos frutos”…
Las encuestas oficiales siguen hundiendo al PP
Lo que pasa es que esa previsión de “tiempo sobrado” y de
una satisfactoria “recogida de frutos”, no se compadece con el batacazo
cosechado por el PP en los comicios europeos del pasado 25 de mayo, un año
después de las esperanzadas declaraciones de Arenas. Ni tampoco con la última
encuesta barométrica del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), que
sigue mostrando la continua e inexorable caída del PP, desde el 44,63% de los
votos que obtuvo en las elecciones generales de noviembre de 2011 hasta el 30%
estimado ahora por el instituto demoscópico del Gobierno (Estudio 3033 - Julio
2014).
Es decir, aunque el PP pudiera tener todo el tiempo del
mundo para recoger los frutos de su política, nada indica que éstos vayan a ser
positivos, sino más bien lo contrario. Porque eso es lo que desde hace dos años
y medio vienen indicando todas las encuestas.
Otra cosa muy distinta es que enfrente de su discutible
política económica y de su pobre determinación reformista, se encuentre con una
alternativa de gobierno socialista totalmente descompuesta que le permita
seguir siendo el partido más votado, aunque ya a años luz de la posible mayoría
absoluta que, dada su escasa sociabilidad política, le es imprescindible para
poder gobernar. Y con un continuo crecimiento del conjunto de las opciones de
oposición.
Cierto es que, según las estimaciones del CIS, el PP hoy
podría ganar unas elecciones generales con el 30% de los votos y a pesar de
haber perdido uno de cada tres electores previos y con nueve puntos de ventaja
sobre el PSOE, que de momento se encuentra en plena crisis de supervivencia.
Pero no lo es menos que, con todo, las tres fuerzas nacionales ‘progresistas’
alcanzarían conjuntamente el 44,7% de los votos: un 21,2% del PSOE, un 15,3% de
Podemos y un 8,2% de IU.
Paréntesis: Sobre UPyD cabe decir que se apunta el inicio de
su retroceso electoral, bajando al 5,9% tras haber alcanzado una cota máxima
del 9,2% en el Barómetro de enero de 2014, quizás por no haber fijado
posiciones políticas más radicales y comenzar a confundirse con el
establishment político.
Una dinámica pre-electoral bastante comprometida para el PP
que todavía lo es más si nos atenemos a la pregunta de ‘a quién se votaría en
el supuesto de que mañana se celebrasen elecciones generales’ (intención
directa de voto). Las respuestas marcan diferencias aún más apretadas entre los
tres primeros partidos y con mayor ventaja para el conjuntos de las formaciones
consideradas de izquierda: PP 12,8%, Podemos 11,9%, PSOE 10,6%, IU (ICV en
Cataluña) 6,2% y UPyD 3,5%.
Otro factor que apunta igualmente al hundimiento electoral
del PP, es la pésima imagen pública que proyecta el Gobierno de Rajoy. La
valoración social que vienen mereciendo sus trece ministros, que ni en su
origen logró una aprobación mínima, ha decaído medición tras medición hasta
obtener una nota media de sólo 2,28 puntos sobre 10; algo que no tiene
precedentes en el nuevo régimen democrático y sin que su presidente tenga la
más mínima intención de reajustarlo.
Pero ahí no queda la cosa. Cuando el CIS requiere de sus
encuestados opinión sobre la gestión que, en su conjunto, está haciendo el
Gobierno, sólo un 0,6% cree que es ‘muy buena’ y un 7,5% que es ‘buena’;
mientras que un 23,7% cree que es ‘regular’, un 27,2% que es ‘mala’ y un 39,8%
que es ‘muy mala’. Dicho de otra forma, una inmensa mayoría del 90,7% cree que
el Gobierno no hace bien su trabajo. ¿Y cómo puede esperar entonces el PP que
sus expectativas electorales evolucionen de forma favorable…?
Y si el requerimiento se refiere a la ‘confianza’ que el
presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, inspira a los encuestados después de
ejercer como tal durante casi tres años, sus respuestas son igual de negativas.
Sólo el 2,2% declara que le inspira ‘mucha confianza’ y un 10,9% que ‘bastante
confianza’; mientras que al 24,3% le inspira ‘poca confianza’ y al 61,4%
‘ninguna confianza’. Es decir, que de nuevo un amplísimo 85,7% de los
encuestados no se fía de Rajoy ni un pelo. Y eso es lo que hay, recogido y analizado
por el CIS.
La contumacia del balance político prefabricado
Claro está que Mariano va a su bola y decreta lo que le
viene en gana. Eso sí, apoyado en balances prefabricados que los adláteres y
corifeos de turno se tragan doblados, como las cabras montunas que se comen los
periódicos como si fueran deliciosos espárragos trigueros. Sin ir más lejos,
uno de los fundamentos de su gloriosa e “inapelable” declaración pre-veraniega
(“la recuperación ha venido para quedarse”) es que se consolida la creación de
empleo.
Y, a tal efecto, Rajoy contempla que el paro registrado en
el mes de julio bajó en 29.841 personas, pero no que con el dato
desestacionalizado subió en 32.357. Y que en el mismo mes la Seguridad Social
ganó por su parte 62.108 afiliados, pero que también en términos
desestacionalizados la cifra se limita a 11.859 afiliados nuevos.
Nada se dice tampoco de que entre 2011 y 2014 la cifra de
población activa ha caído de 23,4 millones de personas a 22,9 millones, es
decir que baja el paro pero también baja la ocupación. Y también se oculta que
si bien la contratación indefinida creció dos dígitos respecto a 2013, el
empleo nuevo es en esencia temporal y a tiempo parcial, con apenas un 4% de los
nuevos contratos firmados con carácter indefinido o a tiempo completo.
De los 1,64 millones de contratos firmados en el mes de
julio, sólo 114.071 fueron indefinidos (un 18,4% más que en 2013), mientras que
1,5 millones fueron de carácter temporal, un 8,5% más que en 2013. Y este nuevo
rumbo laboral significa que aunque se genere empleo (que en verdad tampoco se
genera), las horas trabajadas caen de forma muy significativa; es decir, cae el
paro pero sin que aumente la carga laboral.
Así, según muestra el INE, en el segundo trimestre de 2013, con un cuarto de millón de ocupados
menos, se contabilizaron 581.649 horas de trabajo a la semana, frente a las
577.783 del mismo periodo de 2014. De forma que el cuento marianista de que se
consolida la creación de empleo hay que leerlo en sus justos términos, que no
son para tirar los cohetes que tira Rajoy, ni mucho menos…
Otro tanto cabe decir de la segunda circunstancia que ha
llevado al presidente del Gobierno a lanzar las campanas al vuelo de su
imaginado éxito político (la consolidación del crecimiento económico), como
quien a fuerza de repetir la parábola de la multiplicación de los peces y los
panes espera que el milagro se haga realidad.
Porque si el PIB ha dejado de ser decreciente para alcanzar
una tasa de crecimiento interanual del 1,2% en el segundo trimestre, superando
en una décima el calculado por el Banco de España, siendo la segunda tasa
positiva tras diez trimestres consecutivos de retrocesos interanuales, ello no
marca una tendencia de crecimiento estable porque sus condicionantes son la
aportación de la demanda nacional, la inversión empresarial y el efecto del
sector exterior, todavía básicamente inestables.
Por ello, el optimismo del ministro de Economía y
Competitividad, Luis de Guindos, al adelantar que el PIB crecerá cerca del 1,5%
en 2014 y alrededor del 2% en 2015, no deja de ser una estimación especulativa
con tintes de propagandismo político, pendiente de verificación y sujeta a las
reformas fiscales que seguirán cargando contra el consumo. De hecho, la propia
CEOE ha manifestado que hay que esperar unos meses para hablar “con certeza” de
un “cambio de tendencia”, mientras que el Servicio de Estudios del BBVA cree
que estos resultados semestrales sólo merecen un “aprobado” y que son peores de
lo esperado, por el deterioro del sector agrario y el comportamiento
“decepcionante” del sector servicios, por poner algunos ejemplos de opiniones
contrapuestas al triunfalismo del Gobierno.
Pero es que el crecimiento económico, que no criticamos en
sí mismo, y que se refleja en el aumento del PIB y se asocia a la
‘productividad’, puede ir acompañado de ‘externalidades’ socialmente negativas,
ya que el aumento del valor de los bienes que produce una economía, también
está relacionado obviamente con lo que se consume o con lo que se gasta. No
vamos a entrar aquí en teorías económicas profundas, pero es evidente que el
PIB per cápita de un país, reflejo de su crecimiento económico, no se puede
usar cómo la única medida de la mejora de su bienestar socio-económico, porque
existen otros muchos factores correlacionados estadísticamente con el mismo, en
términos materiales y de otro tipo.
De esta forma, es decir tratando de decretar el fin de la
crisis en base a una supuesta consolidación del empleo y del crecimiento
económico, el Gobierno de Rajoy es, además de falsario, ingenuo, sobre todo en
términos de su pretendida recuperación electoral. Ese objetivo político se
alcanza por otras vías más perceptibles socialmente, hoy por hoy ignoradas o
despreciadas por el PP…
El fantasma de las promesas electorales incumplidas
Bien está que el Gobierno quiera jugar la baza del optimismo
y la confianza, pero dejándose al mismo tiempo de políticas tentativas y
apostando mucho más en paralelo por la economía productiva. Los sucesivos
desplantes de Rajoy (“estamos pisando terreno sólido”, “los españoles
tienen ahora un fundado derecho a la
esperanza”, “España desconcierta a los analfabetos financieros” o “el
crecimiento ha venido para quedarse”) están muy bien como expresiones tácticas
de una política de comunicación de pura supervivencia, pero de nada valen si no
se acompañan de una política económica acorde con las verdaderas exigencias de
la crisis.
Rajoy se jacta de que sus previsiones se están cumpliendo,
al haber anunciado que 2012 sería el año de los ajustes; 2013 el de las
reformas y 2014 el de la recuperación. Pero lo cierto es que, además de
tremendos, los ajustes fueron desacertados; las reformas de chicha y nabo (o
inexistentes) y la recuperación todavía un proyecto, por no decir una falacia
de momento sin mayor sustanciación.
Y referencias comparativas del déficit reformista del
Gobierno, sobran por todas partes. Ahí tenemos, sin ir más lejos, la reducción
del número de regiones anunciada en Francia, pasando de 22 a 13, formando
entidades territoriales más operativas y ahorrando gastos administrativos. Una
pauta seguida también en países como Polonia, Dinamarca, Grecia, Suecia…, que
permite visualizar un reformismo serio y socialmente convincente; el mismo que
se ha exigido a Rajoy de forma infructuosa en ese y en otros muchos campos de
clara y evidente necesidad.
Pero en los balances políticos y económicos de Rajoy queda,
en cualquier caso, una asignatura pendiente y de gran importancia política: la
extensa lista de promesas electorales incumplidas. Porque, a este paso, sólo una
de ellas (la más desafortunada de modificar la vigente ‘ley del aborto’) parece
en vía de cumplimiento.
Javier Arenas acaba de asegurar que, una vez decretado por
Rajoy el “inapelable” fin de la crisis, “ha llegado el momento de cumplir
nuestro programa electoral” para hacer bueno lo que se prometió a los
frustrados votantes del PP. Pues pónganse a ello de una vez el Gobierno y el
partido que lo sustenta, porque el tiempo perdido ha sido mucho y el que queda
no deja de ser escaso, sobre todo si esas promesas se han de cumplir antes del
próximo mes de mayo, que es cuando la ciudadanía volverá a ajustar cuentas
políticas al celebrarse elecciones locales y autonómicas.
Tarea difícil, porque la ristra de promesas incumplidas por
Rajoy es tan larga y está tan perjudicada que excede con mucho la capacidad de
su Gobierno multiplicada por sí misma. Todas ellas son bien conocidas, pero
para dejar en evidencia la alharaca lanzada por Javier Arenas, recordemos
algunas que, por haber sido ejecutadas en contrario, ya son de imposible
cumplimiento:
Promesa de no
suprimir la revalorización de las pensiones conforme al IPC. La más emblemática
de su campaña electoral. Después de prometer la “descongelación” de las
pensiones y de afirmar en septiembre de 2012 como presidente del Gobierno que
“si hay algo que no tocaré serán las pensiones”, hizo exactamente todo lo
contrario. Al margen de lo que supone toda la reforma que conlleva el llamado
‘factor de sostenibilidad’ y de la manipulación a la que se ha sometido la elaboración
del IPC.
Promesa de no
subir los impuestos. Un principio esencial de la filosofía económica del PP que
fue conculcado de forma inmediata, en el segundo Consejo de Ministros del
Gobierno Rajoy, con una subida gradual del IRPF y del IBI, que la vicepresidenta
del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, definió con gran eufemismo como un
“recargo temporal de solidaridad”. Estando en la oposición, Rajoy advirtió que
la subida de los impuestos “supone más paro y más recesión” (en el debate de
investidura insistió con toda rotundidad: “Mantendré mis compromisos
electorales”). Y como presidente del Gobierno ya se le pueden computar, sólo en
los dos primeros años de la legislatura, más de 30 subidas de impuestos.
Promesa de no
subir el IVA. Mientras estaba en la oposición, el PP hizo de la subida del IVA
una de sus principales batallas contra el Gobierno de ZP después de que éste lo
subiera dos puntos (del 16% al 18%). Rajoy llegó a criticar entonces en un
mitin en Sevilla que “van a subir hasta las chuches”, afirmando a voz en grito
que la subida del IVA era “un sablazo de mal gobernante” y promoviendo también
en el Congreso de los Diputados una amplia batería de medidas contra el
incremento de dicha tasa. Sin embargo, en julio de 2012, apenas un mes después
de solicitar el rescate a la banca, Rajoy no sólo subió el IVA (del 18% al
21%), sino que además modificó el impuesto, retirando de la categoría de tipo
reducido a un importante número de bienes y servicios.
Promesa de no
introducir el ‘copago’ en el sistema sanitario. Tras declarar solemnemente
durante la campaña electoral “yo no voy a hacer el copago” (entrevista en
Antena 3), y de negar incluso como presidente del Gobierno que su equipo
tuviera prevista esta medida, manifestando que “personalmente yo no soy
partidario del copago en Sanidad”, impuso a sangre y fuego el copago
farmacéutico por el que los pensionistas pasarían a pagar el 10% de los
medicamentos (hasta un máximo de entre 8 y 18 euros según la renta) y a que
todos los pacientes abonaran también parte del coste de muletas, de sillas de
ruedas o del transporte sanitario necesario para recibir tratamientos de
rehabilitación.
· Promesa de
mantener la ‘sanidad universal’. Suprimida con la reforma sanitaria.
Promesa de
mantener las prestaciones por desempleo. La base reguladora se rebajó
inmediatamente del 60% al 50% a partir del sexto mes de recibir la prestación
por desempleo.
Promesa de una
energía más barata. El PP apostó claramente en la oposición por la energía
nuclear, afirmando que con esta fuente se garantizaba el suministro y se
bajaría su precio, hoy disparado con alzas históricas a base de continuas
subidas y enredos tarifarios que en realidad soportan una auténtica estafa
institucional.
Promesa de
mantener las becas y de acceso a la educación. Las becas de investigación casi
se han extinguido, al tiempo que se ha encarecido el estudio de una carrera y
se ha aumentado un 20% el máximo de alumnos por aula en la enseñanza pública.
Promesa de
reducción de altos cargos. La estructuración de los Presupuestos demuestra que
no solo no se han reducido los altos cargos de la Administración, sino que en
2013 han aumentado.
Promesas de una
reforma laboral para crear empleo. Como jefe de la oposición, Rajoy no se privó
de denunciar que la reforma aprobada por el Gobierno de Zapatero era en
realidad una “reforma sobre el despido”, presentándose durante toda la campaña
electoral de 2011 como un auténtico motor para generar empleo y vendiendo a los
españoles sus dotes para acabar inmediatamente con el drama del paro, afirmando
en una entrevista en El Mundo, y posando ante una oficina del INEM junto a una
cola de personas que buscaban empleo,
que “cuando yo gobierne bajará el paro”. De hecho, durante la campaña electoral
de 2011, el entonces vicesecretario general de Comunicación del PP, Esteban
González Pons, llegó a declarar que Rajoy aspiraba a crear 3,5 millones de
empleos, afirmación muy poco afortunada, ya que en realidad el Gobierno de
Rajoy ha llevado el paro hasta límites sin precedentes, reconociendo en sus
previsiones al respecto que terminará la actual legislatura con un paro más o
menos similar al que dejó Zapatero al concluir sus dos mandatos de Gobierno.
Promesa de no
aprobar una amnistía fiscal. Práctica vetada por el PP en la oposición y
después aplicada por su Gobierno con efectos poco convincentes.
Promesa de no
rescatar a la banca. Durante el debate electoral con Rubalcaba, Rajoy negó de
forma expresa cualquier intención de rescatar a los bancos en quiebra,
recalcando con rotundidad el 28 de mayo de 2012, durante una rueda de prensa
celebrada en la sede del PP, que “no habrá rescate a la banca”. Con
posterioridad y solicitada ya la ayuda a la Unión Europea para salvar su
situación, el Gobierno afirmó que uno de sus objetivos prioritarios era que no
costase ni un solo euro a los contribuyentes, vendiéndose incluso públicamente
las ventajosas condiciones del préstamo. Más tarde todo se revelaría como una
gran patraña al reconocer el portavoz económico del PP en el Congreso de los
Diputados, Vicente Martínez-Pujalte, que no se va a recuperar todo lo dado a
los bancos, que el FROB perdió 26.000 millones de euros y que tiene un agujero
de 21.000 millones más...
A pesar de todas sus mentiras y omisiones de la verdad, y no
digamos de la llamativa patada que ha dado a la ciudadanía -incluyendo a
simpatizantes del PP- con su polémica reforma de la ‘ley del aborto’, que en
Europa sólo ha aplaudido el extremista Frente Nacional liderado por Marine Le
Pen, o de su connivencia con el PSOE para implementar una política de
excarcelación de etarras antes calificada poco menos que de abominable (‘caso
Bolinaga’), Rajoy no ha logrado enderezar el rumbo del país. Ni por asomo, y a
pesar del ‘cheque en blanco’ que tan generosamente le otorgaron los votantes
con la mayoría parlamentaria absoluta del 20-N.
Aún más, lo que sí está haciendo Rajoy, es entretener la
crisis económica y realimentar algunos de los problemas más serios y
preocupantes de la crisis institucional que están llevando la democracia a
punto del estallido. Como, por ejemplo, reforzar la malsana dependencia
político-partidista del Poder Judicial y de los altos organismos del Estado,
empezando por el Tribunal Constitucional, o seguir consolidando de forma más o menos
soterrada pero cierta la peligrosa España ‘asimétrica’, que bien puede terminar
siendo la España ‘rota’.
Pero Rajoy ha mentido como jefe de la oposición política y
jefe del gobierno, sino también como jefe del PP. Porque lo de negar a ultranza
la financiación ilegal de su partido o el reparto de sobres de dinero negro
entre su cúpula directiva, de clarísima evidencia pública, es el colmo del
cinismo y la desfachatez política. Y miente también cuando niega por activa o
por pasiva la corrupción y el comportamiento delictivo de cientos de cargos
públicos del PP relevantes ya condenados, y otros muchos más imputados en
cientos de causas judiciales, asentados en esas prácticas desde hace tiempo…
Una situación que no deja de ser cierta por mucho que se quiera
negar, y cuya denuncia es necesaria para combatir la abrumadora avalancha de
propaganda gubernamental. Y una realidad que hoy por hoy identifica de forma
bien precisa a Mariano Rajoy ante los electores, que en los sondeos
demoscópicos le vienen asignando la peor valoración jamás alcanzada en el nuevo
régimen democrático por ningún presidente del Ejecutivo (incluido ZP).
O sea, que menos cuentos triunfalistas, menos propagandismo
y más talento y trabajo para reconocer y solucionar de verdad los problemas del
país, tanto económicos como políticos y sociales, que es su obligación. Y
recuerde Rajoy la sabia advertencia de Heródoto, uno de los más perspicaces
observadores de la historia: “Los dioses gustan de echar abajo a quienes se
elevan demasiado”.
Fernando J. Muniesa
No hay comentarios:
Publicar un comentario