Las piedras grabadas de Ica
Fue el domingo 3 de marzo del año 2001, hacia las 15 horas,
cuando tuve la oportunidad y la fortuna de conversar con el doctor Javier
Cabrera Darquea por última vez. Por aquel entonces, el viejo profesor se
hallaba al cuidado de una de sus hijas. Su salud no era buena y sencillamente,
tuve un presentimiento...
No me equivoqué. Meses después, a los setenta y siete años
de edad, Javier Cabrera fallecía en la ciudad de Ica. Y con él se fue la gran
utopía y, quizá, el último romántico... Este médico peruano se hizo
mundialmente famoso cuando, en los años setenta, dio a conocer unas insólitas
teorías sobre la existencia de una humanidad remota y desconocida que -según
Cabrera- pudo habitar la Tierra hace sesenta y cinco millones de años. Unas
hipótesis, lógicamente, que no fueron bien recibidas por la ciencia oficial...
Pero Javier Cabrera -tenaz y fiel a sus ideas- siguió manteniendo la fascinante
posibilidad de esa otra «humanidad», hoy desaparecida. Y lo hizo -me consta-
después de haber reunido más de once mil piedras grabadas, extraídas, al
parecer, en el vecino desierto de Ocucaje. Unas piedras grabadas -de todos los
tamaños- en las que también aparecen hombres «alados»...
Existió otra humanidad Esas once mil piedras grabadas han
sido expuestas, durante más de treinta años, en la citada casa-museo de la plaza
de Armas, en la ciudad de Ica. Y allí continúan, por el momento, como mudos
testigos de la lucha de este médico peruano. Una lucha aparentemente estéril en
la que la arqueología no ha dado su brazo a torcer. Una historia aparentemente
sin final. Once mil piedras con unos altorrelieves asombrosos, desenterradas,
al parecer, en las arenas del vecino desierto de Ocucaje, a escasos kilómetros
de Ica. Todo un tesoro arqueológico suministrado por los indios. Pero el doctor
Cabrera, como digo, murió sin que la ciencia reconociera su labor...
No voy a extenderme ahora en el contenido de esta
«biblioteca de piedra», ampliamente difundido en mi libro Existió otra
humanidad (1975). Me limitaré a exponerlo muy por encima, dando prioridad -eso
sí- a las imágenes. Aquí sí valen más que mil palabras...
Para empezar, hablemos del principal protagonista de estas
piedras grabadas de Ica. En los miles de ejemplares que he podido contemplar en
numerosas ocasiones se repite siempre una misma figura: lo que el doctor Cabrera
llamaba el «hombre gliptolítico». Es decir, un individuo de gran cráneo, con
unas manos no menos extrañas. Manos de cuatro dedos, siempre sin pulgares.
Hombres (?), aparentemente, de pequeña estatura y en posesión de unos
conocimientos desconcertantes. Toda una humanidad extinguida que -según
Cabrera- habitó la Tierra en la era de los dinosaurios. Un pueblo que, por
razones desconocidas, desapareció para siempre.
Marzo de 2001. Última entrevista de Javier Cabrera y J.J.
Benítez en la ciudad peruana de Ica.
Desierto de Ocucaje, en Ica.
Pero, antes de extinguirse, esa humanidad nos dejó un
legado. Una especie de «herencia», con la totalidad de sus conocimientos. Un
legado muy original: miles de piedras grabadas. Algunas diminutas y otras de
más de mil kilos de peso.
Javier Cabrera Darquea falleció el 30 de diciembre del año
2001, al atardecer, en la ciudad peruana de lca. Contaba setenta y siete años
de edad. En 1966 recibe el regalo de una pequeña piedra grabada. En ella
aparece una especie de reptil. Cabrera se interesa por dicha grabación y
descubre miles de piedras similares. En 1974 había reunido alrededor de once
mil. Hoy pueden ser contempladas en la casa-museo ubicada en la plaza de Armas
de lca (sur de Lima). Javier Cabrera fue médico cirujano, graduado en la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos y catedrático fundador de la
Universidad Nacional San Luis Gonzaga de lea. Durante treinta y siete años
desarrolló su trabajo como médico en el Hospital Obrero de lca, e igualmente
fue director de la Casa de la Cultura de dicha ciudad. En junio de 2001, las
autoridades del pueblo de lca le rinden un último homenaje, concediéndole la
medalla de oro de la ciudad y declarándole Hijo Ilustre de lca. Los
responsables sanitarios deciden que el futuro hospital de La Tinguiña lleve el
nombre de Javier Cabrera Darquea. El 17 de ese mismo mes de junio se funda la
Asociación Dr. Javier Cabrera Darquea, que custodiará las piedras grabadas y
difundirá las ideas y escritos del genial médico iqueño. Al frente de la asociación
se encuentra Eugenia Cabrera, una de las hijas de Javier Cabrera. Entre los
proyectos se encuentra la construcción de un museo que reúna la gran
«biblioteca de piedra». Javier Cabrera es autor del libro El mensaje de las
piedras grabadas de lca, actualmente agotado, y de cientos de artículos.
Pronunció numerosas conferencias y por su casa-museo desfilaron miles de
curiosos, seguidores y científicos de todo el mundo.
La extraña «biblioteca» lítica
• En numerosas piedras aparecen imágenes grabadas que
podrían representar (?) trasplantes de órganos. Según Javier Cabrera, aquella
humanidad sabía cómo hacerlo. Y grabó supuestos trasplantes de corazón, hígado,
riñones e, incluso, de cerebro. Según especialistas que han llegado a verlos,
«la perfección de los órganos y las técnicas quirúrgicas son increíbles».
• Y en otras «secuencias» -integradas por decenas de piedras
(algunas de una tonelada de peso)- se observa también lo que Cabrera denominó
la «hormona antirrechazo». Grabaciones en que aparecen mujeres embarazadas de
las que se obtiene un elemento desconocido que, justamente, evita el problema
de rechazo en los referidos trasplantes de órganos. ¿Una hormona antirrechazo
en la sangre o en los fluidos de la mujer embarazada? Esto lo supe en 1974, de
labios del propio Javier Cabrera. Curiosamente, en 1980, los médicos Ronald
Finn y Charles St. Hill, del Royal Southern Hospital de Liverpool, hablaron por
primera vez de la posibilidad de que los cirujanos de trasplantes pudieran
estudiar el método de que se vale el feto, para evitar el rechazo de riñones,
hígados y corazones trasplantados.
• ¿Transfusiones de sangre en la antigüedad? Eso se deduce
de las imágenes que uno puede contemplar en las piedras de Ica y de las teorías
del doctor Javier Cabrera.
• ¿Cesáreas hace millones de años? La ciencia oficial lo
niega. Sin embargo, allí están: en decenas de enormes piedras grabadas...
• Y en otras «secuencias», órganos humanos minuciosamente
dibujados. Corazones, hígados, riñones, cerebros, etc., con todo lujo de
detalles anatómicos. De ser cierta la hipótesis de Cabrera, aquella humanidad
conocía muy bien el funcionamiento del cuerpo humano.
• ¿Técnicas de acupuntura? Así lo demuestran los grabados. Para
el desaparecido médico peruano, «los hombres gliptolíticos disponían de
sistemas electrónicos que controlaban las funciones biológicas más vitales del
hombre mientras permanecía en la mesa de operaciones».
• La «biblioteca» lítica reúne también enormes y pesadas
piedras grabadas en las que han sido trazados enigmáticos «continentes» (?).
Para Javier Cabrera se trataría de las masas continentales existentes hace
millones de años. Por un lado, Laurasia, que daría lugar a los continentes del
hemisferio norte, y, por otro, Gondwana, del que surgiría el hemisferio sur. Y
en las masas oceánicas, otros dos «continentes» hoy desaparecidos: Mu, en el
Pacífico y la Atlántida, en el océano Atlántico. Ésa, al menos, era la opinión
de Javier Cabrera...
• Y otra de las desconcertantes sorpresas de la «biblioteca»
lítica: cientos de piedras en las que aparecen animales prehistóricos. Toda
clase de reptiles antediluvianos que habitaron el planeta hace millones de años
y que, al parecer, empezaron a extinguirse hace sesenta y cinco millones de
años. Series de grabados en los que -según Cabrera- se describen los ciclos
biológicos de estos animales, los lugares donde habitaban y, sobre todo, la
forma de aniquilarlos.
• ¿Hombres conviviendo con dinosaurios? Así se deduce al ver
las piedras grabadas de Ica. Hombres «gliptolíticos» -de enormes cabezas y
manos de cuatro dedos largos- que fueron grabados junto a monstruos
prehistóricos. Esto significaría -siempre según Cabrera- que el hombre, en
realidad, apareció en la Tierra mucho antes de lo que se ha dicho: en el
Cretácico (hace cien millones de años). Los científicos lo rechazan y afirman
que la humanidad -nuestra humanidad- surgió en el período Cuaternario (hace un
millón de años, aproximadamente). Y junto a los dinosaurios, otros muchos
animales. Algunos, «imposibles» en América. Éste es el caso de los canguros.
¿Cómo pudieron llegar los marsupiales a las actuales costas del Perú? Como es
sabido, los canguros -según la ciencia- son originarios de Australia. ¿Cómo
pueden estar representados en las piedras grabadas de Ica? Para Cabrera, la
explicación era muy sencilla: en aquella remota antigüedad, las masas
continentales eran pobladas por animales que, posteriormente, quedaron aislados
en determinados sectores.
• También los conocimientos astronómicos se encuentran
reflejados en esta increíble y misteriosa «biblioteca» lítica. En decenas de
piedras aparecen estrellas, planetas y cometas. Uno de éstos -el llamado cometa
Kohoutek-, registrado en 1973, fue grabado en una enorme piedra de casi
novecientos kilos. Y uno se pregunta: ¿cómo es posible, si la órbita del
Kohoutek es tan dilatada que precisa de cien millones de años para cruzar
frente a la Tierra? iCien millones de años desde el último paso de este cometa!
Es decir, en pleno Mesozoico...
• ¿Y qué decir de las constelaciones grabadas en estas
piedras de Ica? No son doce, sino trece las que forman el zodíaco de la
«biblioteca» lítica. Para el médico peruano, aquella remota humanidad tuvo que
abandonar la Tierra ante el inminente peligro de un formidable cataclismo
cósmico. En otras palabras: el mundo, al parecer, se vio amenazado por la
colisión de un gran asteroide. Algo que, según todos los indicios, pudo tener
lugar hace sesenta y cinco millones de años. Algo que terminó con los
dinosaurios. Pero antes del gran éxodo, el hombre «gliptolítico» dejó sus
conocimientos en el único material que resiste el paso del tiempo: la piedra.
• Y un capítulo no menos inquietante: los hombres «alados»
en las piedras de lca. Individuos que vuelan merced a grandes «pájaros de
aspecto mecánico» o, incluso, a los lomos de enormes animales prehistóricos.
Para el investigador Javier Cabrera, estos grabados sólo pueden significar «que
aquella humanidad disponía de una tecnología muy avanzada, capaz de vencer la
gravedad».
• Y junto a los «pájaros mecánicos», otro irritante enigma:
¿tenía nuestro mundo tres lunas? Así podemos verlo en las piedras grabadas de
lca.
La eterna cuestión Recuerdo que en aquella última charla con
Javier Cabrera Darquea, en marzo del año 2001, volví a plantear la vieja, casi
eterna cuestión: -Javier -le insinué-,
¿no es hora ya de desvelar el lugar del que se extraen las piedras? Tú no
vivirás eternamente...
Cabrera, acosado por el cáncer que se lo llevaría en poco
más de ocho meses, sonrió burlón. Y respondió con la respuesta que ya conocía;
la que repetía desde hacía casi treinta años:
-No soy rico, querido amigo... Y el hombre es egoísta. Esas
once mil piedras me han costado mucho dinero. Si ahora diera a conocer el lugar
del que son extraídas, toda la fama se la llevarían otros...
-Pero, Javier-insistí inútilmente-, eso no es cierto. Tú has
sido el gran motor...
Y, como siempre, llegado a este punto, sonreía indulgente y
cambiaba de tema. Fue inútil. En los veintisiete años que disfruté de su
amistad no pude lograr una sola pista sobre el supuesto yacimiento del que, al
parecer, habían sido desenterradas aquellas miles de piedras grabadas. Y otro
tanto ocurrió con los indios de la vecina aldea de Ocucaje y que -según
Cabrera- eran los responsables de la citada extracción. Cada vez que los
interrogué, y fueron muchas mis visitas a la zona, respondían con un elocuente
silencio. Era increíble. Una de dos: o el pacto entre el médico iqueño y los
indios era mucho más sagrado de lo que se suponía o Javier Cabrera nunca fue
informado sobre el lugar o lugares de los que se desenterraban las piedras
grabadas.
Y con el paso del tiempo, en especial a la vista de lo que
sucedió a los pocos días del fallecimiento de mi amigo, he llegado a la segunda
conclusión: los indios de Ocucaje guardaron celosamente su secreto, hasta el
punto de no desvelárselo ni siquiera al doctor Cabrera...
Basilio Uchuya, encarcelado Lamentablemente, esta asombrosa
historia de las piedras grabadas de lca terminaría enredándose cuando, al poco
de mi primera visita ala casa-museo (1974), entraron en escena los medios de
comunicación peruanos. La noticia sobre las once mil piedras terminó
trascendiendo y, como era de suponer, surgieron los problemas. Los arqueólogos
del país protestaron, acusando a Javier Cabrera de falsear la verdad. ¿Y cuál
era la verdad para dichos arqueólogos? Sencillamente, las piedras en cuestión
sólo podían obedecer a una falsificación de los indígenas.
Y la presión fue tal que algunos de los vecinos de la aldea
de Ocucaje fueron detenidos e interrogados por la policía. Entre éstos, Basilio
Uchuya, el hombre que había suministrado la mayor parte de las once mil piedras
al doctor Cabrera.
Y según me consta, Basilio fue amenazado por los agentes
policiales. Y, naturalmente, terminó «confesando»: él, en efecto, era el autor
de todas las piedras grabadas que pueden contemplarse en la casa -rnuseo de la
plaza de Armas de Ica, y de algunas más. Él y cuatro amigos de Ocucaje...
He conversado con Uchuya sobre estos incidentes y siempre he
recibido la misma sensación: el miedo le obligó a confesar algo inviable. Y me
explico. ¿Cuánto tiempo habría empleado Basilio Uchuya para grabar esas once
mil piedras? Aunque para muchas de ellas -de gran peso y considerable
superficie a grabarse habrían precisado, como mínimo, de tres a cinco meses,
establezcamos el tiempo medio en una semana por piedra. Basta un sencillo
cálculo para comprobar que el bueno de Uchuya habría necesitado doscientos once
años, trabajando sin descanso. Incluso, aunque dividiéramos dicho trabajo entre
cuatro vecinos, cada uno de ellos habría hipotecado casi cincuenta y tres años
para diseñar, grabar y enterrar la parte correspondiente. Cualquiera que se
haya paseado por la mísera aldea de Ocucaje, o que disponga de un mínimo de
sentido común, comprenderá que Uchuya no puede ser el autor de la totalidad de
las piedras grabadas de Ica. Y otro «detalle» no menos interesante: si la
elaboración de los altorrelieves en las rocas de mil kilos de peso se
prolongaba, como digo, entre tres y cinco meses, ¿por qué los indios las
vendían en 1974 a uno, dos y tres dólares? ¿Tres dólares por cinco meses de
duro trabajo?
Definitivamente, Basilio Uchuya no pudo ser el hombre que
labró esas once mil piedras. Pero la «confesión» bajo amenaza policial hizo el
«milagro». Y la sociedad peruana respiró aliviada.
Un testimonio esclarecedor Poco importaron los testimonios
precedentes, que confirmaban la existencia de esas piedras grabadas en tumbas
precolombinas. El caso de Santiago Agurto Calvo, arquitecto y ex rector de la
Universidad de Ingeniería de Lima, me parece de especial interés. El 11 de
diciembre de 1966 hacía público un artículo titulado «Las piedras mágicas de
Ocucaje». Un artículo que muy pocos conocen y que, obviamente, fue ignorado por
los arqueólogos y por la policia que detuvo a Basilio Uchuya. He aquí el texto
íntegro. Un testimonio esclarecedor:
Hace aproximadamente cuatro años (1962) comenzaron a
aparecer en los alrededores de la Hacienda Ocucaje, en el departamento de Ica,
unas extrañas piedras que, según los huaqueros 1 del lugar, se hallaban en las
tumbas de los ricos y abundantes cementerios prehispánicos de lugares tales
como Cerro Blanco, La Banda, Paraya, Chiquerillo, Cayango, etc. De acuerdo a la
versión más frecuente, las piedras se encontraban en los entierros
correspondientes a las culturas Paracas, lca y Tiahuanaco, aunque algunos
huaqueros sostenían que también las había en restos Nasca e inclusive Inca.
Dichas piedras, aparentemente cantos rodados de variado tamaño y color, presentaban
la particularidad de estar labradas -burdamente las unas, primorosamente las
otras- representando cosas inidentificables, insectos, peces, aves, felinos,
figuras fabulosas y seres humanos, unas veces singularmente y otras mezclados
en elaboradas y fantasiosas composiciones.
A fines de 1962
tuve oportunidad de ver esas piedras y de adquirir algunas a los huaqueros de
Ocucaje, quienes las vendían a precios que fluctuaban entre los 10 soles para
las más chicas y los 120 para las más grandes (alrededor de un dólar).
La sorpresa de encontrar un material arqueológico inédito en
la costa peruana, y la extraordinaria belleza de algunas de las piedras,
hicieron que me interesara en todo lo concerniente a ellas. Pude reunir así,
por boca de los huaqueros, una serie de datos probablemente no siempre
verídicos y hasta contradictorios a veces, pero que otorgaban un marco
provisional de referencia a la historia de las piedras.
Posteriormente conversé al respecto con estudiosos y
coleccionistas, quienes afirmaron que poco o casi nada era lo que se conocía
respecto de las piedras, que había unas dudas sobre su autenticidad y que,
probablemente, no fuesen sino obra de algunos falsificadores locales de piezas
arqueológicas.
Las razones más frecuentes y poderosas que se esgrimían para
negar la autenticidad de las piedras labradas eran las siguientes:
a. Que nunca antes de 1962 se encontraron tales piedras, a
pesar de que la zona había sido abundantemente excavada.
b. Que los hallazgos habían sido hechos por personas a las
que no se les podía dar mayor crédito.
c. Que para labrar las piedras en forma tan nítida y precisa
era necesario poseer, dada la dureza propia de la materia, metales y
herramientas que no conocieron los antiguos peruanos.
d. Que en algunas piedras había motivos que no correspondían
a las culturas locales y que en otras se mezclaban motivos de culturas
diferentes.
Las opiniones expuestas no resultaban del todo convincentes,
salvo la relativa al tipo de metal necesario para realizar el trabajo, pues,
evidentemente, si el labrado de las piedras requería un metal no conocido por
los antiguos peruanos, dichos objetos no podían ser prehispánicos.
Para ello, para iniciar una investigación sobre el
particular, resultaba lo más conveniente determinar si el grado de dureza de
las piedras era tal que su tallado obligase al empleo de un metal desconocido
en el antiguo Perú. El resultado, en caso positivo, determinaría
definitivamente que las piedras no eran de origen prehispánico, pero en caso
contrario abriría la posibilidad de que tal origen fuera el auténtico, lo cual
justificaría proseguir la investigación.
Dureza interior de las piedras: 4.5 en la escala de Mohs. El
exterior es más blando (3 grados).
Con tal finalidad recurrí a la Facultad de Minas de la
Universidad Nacional de Ingeniería, en cuyos laboratorios los ingenieros
Fernando de las Casas y César Sotillo llevaron a cabo un estudio que en sus
partes esenciaes estableció lo siguiente:
a. Todas las piedras son andesitas fuertemente
carbonatizadas, a pesar de que por su coloración y textura externas parecen
ser, entre sí, de distinta naturaleza.
b. Las piezas proceden de capas de flujos volcánicos
correspondientes a series del mesozoico características de la zona.
c. La acción del intemperismo ha atacado la superficie de
las piedras, cambiando los feldespatos en arcilla, debilitando por tanto su
grado de dureza y formando una especie de cáscara que rodea la parte interior.
d. La dureza exterior corresponde en promedio al grado 3 de
la escala de Mohs, llegando a ser hasta de 4,5 grados en la parte interna no
atacada por el intemperismo.
e. Las piedras pueden ser trabajadas prácticamente con
cualquier material duro, como huesos, conchas, obsidiana, etc. y, naturalmente,
con cualquier instrumento metálico prehispánico.
Por fin, las pruebas que se hicieron con utensilios de hueso
y de piedra de las distintas culturas iqueñas demostraron que éstos eran
perfectamente capaces de dejar en las piedras las mismas huellas, surcos y
trazos que conformaban los grabados.
Como estos resultados permitían suponer el origen
prehispánico de las piedras, continué con las investigaciones. No es del caso
referir aquí los detalles de tal estudio, pero tal vez sea oportuno informar
sobre algunos aspectos de este apasionante asunto:
a. La forma de las piedras es, en general, la de un canto
rodado, si bien ellas presentan distintos grados de rodamiento. El tamaño varía
desde el muy pequeño de 3 por 2,5 por 1,5 cm hasta el de 40 por 25 por 20 cm en
los ejemplares más grandes.
b. Las piedras han sido trabajadas adecuando la decoración a
su forma. En algunos casos es muy notable el uso escultórico de la forma
básica, la misma que ha sido hábilmente complementada para lograr el efecto
deseado.
c. Las figuras que decoran las piedras han sido trabajadas
mediante incisiones de fondo acanalado, mediante chaflanes que producen la
impresión de falsos relieves, o mediante el procedimiento de rebajar la
superficie que rodea a las figuras para lograr un auténtico alto relieve. En
algunas piedras se encuentra sólo una de las técnicas en referencia, pero en
muchas de ellas es frecuente el uso de dos y aun de los tres sistemas. Las
herramientas empleadas parecen haber sido a la manera de buriles y cinceles, y
en todos los trabajos se nota que las incisiones y rebajas afectan sólo la
«cáscara» intemperizada, lo cual explica la factibilidad del trabajo y la
perfección lograda en él.
En algún lugar de la llamada Hacienda Ocucaje se encuentra
el gran yacimiento de piedras grabadas.
d. Los temas varían desde la representación de un solo
motivo ubicado en una de las caras de la piedra, hasta las más intrincadas
composiciones que abarcan toda la forma, sacándole partido a protuberancias y
oquedades.
Los motivos son propios de la región, tanto en la flora y la
fauna, cuanto en las escenas marinas que representan.
e. De acuerdo a consideraciones estilisticas es posible
ordenar las piedras en varios grupos, algunos de los cuales corresponden con
bastante claridad a las características de las culturas Paracas, Nasca, Ica y
Tiahuanaco. Es posible también establecer seriaciones en función de la forma de
las piedras, del sentido del diseño, de los temas tratados y de los motivos
empleados, dándose significativas coincidencias entre este tipo de
clasificación y el estilística.
La investigación
planteada era sumamente interesante y poco a poco se iban obteniendo datos que
favorecían la atribución de un origen prehispánico para las piedras; pero,
naturalmente, el medio más efectivo de despejar las dudas consistía en
comprobar fehacientemente su presencia en restos arqueológicos.
Fue así como, después de haber visitado repetidas veces la
zona de Ocucaje, recogido abundante información al respecto, conocido gran
parte de las colecciones de piedras existentes y efectuado los estudios
preparatorios necesarios, juzgué llegado el momento de realizar trabajos de
campo.
Cerros de Ocucaje. En
1962 aparecieron las primeras piedras grabadas.
Después de varios y frustrados intentos, el 20 de agosto del
presente año (1966) tuve la suerte de hallar una piedra labrada, en una tumba
del cementerio prehispánico del sector llamado Tornaluz, en la Hacienda Cayango
del departamento de lca.
El cementerio, situado en una zona arqueológica profusamente
excavada desde hace tiempo, había sido recientemente descubierto y parece ser
un pequeño sector de un gran complejo necrológico. La tumba en referencia se
encuentra en la parte superior, orientada norte-sur según su eje longitudinal.
Al excavar la tumba se encontraron, tal y como indica el croquis, restos
humanos, cerámicas y, dentro de uno de éstos, una piedra labrada.
Los ceramios hallados tienen la forma, colores y decoración
característicos de la llamada cultura Huari-Tiahuanaco que se da en el
departamento de lca, por lo que el origen de las piezas no ofrece lugar a dudas
y se puede estimar su edad, aproximadamente entre seiscientos y novecientos
años.
Corte esquemático de
una tumba prehispánica con una piedra grabada, según el dibujo del doctor
Pezzia. Edad estimada: entre mil quinientos y dos mil trescientos años.
En la imagen, pequeña
piedra grabada hallada en una tumba de Ocucaje. Antigüedad, entre seiscientos y
novecientos años.
La piedra es un pequeño canto rodado achatado, de 5,5 x 4 x
2 cm, de color pardo y textura algo rugosa. En una de sus caras representa un
pájaro llevando un choclo y con las alas tendidas en pleno vuelo. El labrado se
ha llevado a cabo mediante incisiones y rebajas achaflanados que producen la
impresión de alto relieve. El diseño es fuerte y seguro, hermosamente trazado y
hace un buen uso de la superficie de la piedra.
Informados del hecho, el director del museo de lca, señor
Adolfo Bermúdez, y el conservador del mismo, el arqueólogo Alejandro Pezzia, se
interesaron vivamente en él, confirmaron la clasificación de los restos
encontrados y acordaron conmigo la forma y oportunidad más conveniente de dar a
conocer el hallazgo.
EI 10 de setiembre, en compañía del doctor Pezzia,
trabajamos todo el día en el cementerio de Tomaluz; pero, a pesar de haber
encontrado abundante material arqueológico tianuanaco, no hallamos ninguna
piedra labrada.
Al día siguiente nos dirigimos al sector la Banda, en la
Hacienda de Ocucaje, y escogimos como sitio de trabajo el cementerio llamado
Max Uhle. Allí, luego de descubrir varias tumbas, encontramos en una de ellas,
cuya excavación presenciaba con el doctor Pezzia, otra piedra grabada.
En 1968 fueron
catalogadas mil quinientas piedras grabadas y lo hicieron los propios
arqueólogos. De esto, nadie habla...
La tumba, ubicada en la parte inferior del cementerio, a
juzgar por las evidencias que se hallaron en ella, corresponde a la cultura
Paracas que se da en Ocucaje.
En cuanto a la piedra mágica, es un canto rodado de forma
achatada y textura semirrugosa. En una de sus caras tiene representada una
figura estrellada casi simétrica que bien podría ser la estilización de una
flor. El labrado consiste, probablemente, en un burilado que dibuja la forma a
base de incisiones de distinto grosor y profundidad.
El diseño es elegante y preciso, con refinamiento en ciertos
detalles y un buen uso de la cara superior de la piedra. De acuerdo con las
evidencias que se encontraron junto con ella, la piedra corresponde al
Paracas-Cavernas de Ocucaje y su edad puede estimarse entre mil quinientos y
dos mil trescientos años.
Con este hallazgo, en presencia de un destacado arqueólogo
como el doctor Pezzia, se cierra un capítulo en la historia de las piedras
mágicas de Ocucaje y se abren otros más promisorios e interesantes.
A la interrogante básica -concluye el artículo Santiago
Agurto-: ¿serán falsas, serán auténticas?, que me ha cabido la suerte de
despejar, suceden otras preguntas tan apasionantes como la primera pero más
difíciles de contestar. Estoy seguro de que los arqueólogos y estudiosos del
país le darán una pronta y segura respuesta que satisfará nuestra curiosidad y
enriquecerá la historia y cultura del Perú.
Más de quince mil piedras grabadas Santiago Agurto,
obviamente, se equivocó. A pesar de su buena voluntad y de la trascendencia de
sus hallazgos, las piedras mágicas de Ocucaje -como él las bautizó- no se
vieron libres de la duda. Todo lo contrario. Y a partir de 1975, como decía, la
arqueología oficial peruana arremetió contra los indios de Ocucaje, ignorando
lo que había sucedido en los años sesenta. El propio Alejandro Pezzia Assereto,
arqueólogo y conservador del Museo Regional de Ica, confirmó en 1968 lo
anteriormente apuntado por el ex rector de la Universidad de Ingeniería de
Lima. En el tomo 1 del trabajo titulado lca y el Perú precolombino, Pezzia
informa del descubrimiento de estas piedras labradas y asegura que el citado
museo de Ica dispone de más de ochenta ejemplares. Más de ochenta piedras
grabadas que fueron repartidas en nueve grupos, según el laboratorio del museo.
«Piedras -dice Pezzia- exornadas con motivos antropomorfos,
consistentes de caras humanas y otras con mayor complicación; ejemplares
decorados con diseños ictiomorfos, otras piedras con motivos de serpientes en
la técnica realista. Los otros especímenes corresponden a las representaciones
de lagartos convencionales, sapos, cuadrúpedos, loros, insectos y figuras
múltiples. Muchos de los diseños encajan por sus grandes analogías con los
estilos de la cultura Paracas, Nasca, Tiahuanaco e Ica, en especial los motivos
de peces, serpientes, loros e insectos.»
Y Pezzia menciona cinco colecciones particulares de piedras
grabadas -todas extraídas del desierto de Ocucaje-, entre las que destaca la
del doctor Cabrera, con más de mil quinientos ejemplares. Corría el año 1968.
El doctor Cabrera
consiguió reunir once mil piedras grabadas. El censo total es muy superior.
Sumando las piedras existentes, tanto en museos como en
colecciones privadas, no es difícil deducir que el número total de las mismas
supera con creces las once mil que pueden contemplarse en la casa - museo del
fallecido Javier Cabrera Darquea. En cierta ocasión, Basilio Uchuya me habló de
un tal Rizzi, un millonario que había comprado mil quinientas piedras grabadas
y las había trasladado a Estados Unidos con el fin de levantar una casa. Según
Basilio, él mismo se las proporcionó...
Todo esto me lleva a pensar que han podido ser más de quince
mil las piedras labradas que han pasado por las manos de los huaqueros
iqueños...
Segunda ratificación de los arqueólogos En 1969, la
arqueología oficial volvía a ratificar lo señalado por Santiago Agurto tres
años antes. Esta vez fue el citado Pezzia quien llevó a cabo los
descubrimientos de nuevas piedras grabadas. Así figura en la Guía del mapa
arqueológico-pictográfico del departamento de lca, publicado, como digo, en
1969. En dicho texto se describe cómo, el 26 de octubre de 1966, el propio
arqueólogo y conservador del museo de Ica encuentra una tercera piedra labrada
en una tumba del cementerio San Evaristo, en la Hacienda Tomaluz (región de
Cayango, en Ica).
Desierto de Ocucaje.
Según los cálculos de J.J. Benítez han sido desenterradas más de quince mil
piedras grabadas.
La tumba -dice Pezzia- estaba formada por una fosa circular
de 1,20 metros de profundidad. A los 50 cm de la superficie se ubicó la cabeza
y los restos de una momia correspondiente a un niño, de aproximadamente, siete
años, mirando hacia el sur, con los restos humanos destruidos por el proceso de
la carbonización, a exclusión del maxilar inferior y algunos huesos pequeños.
Por la observación se constató la posición sentada de la momia.
En la sección anterior de la momia y a nivel de la región
pectoral, en dirección este-oeste, se descubrieron los siguientes documentos:
El primer testimonio arqueológico correspondió a una piedra
o canto rodado de tipo andesita fuertemente carbonizada, de forma elíptica y
chata, encontrándose decorada mediante el grabado inciso. La piedra es de color
negro con manchas marrones, con 65 milímetros de largo, 45 de ancho y 20 de
grosor, hallándose la cara inferior no decorada, presentando la superficie ondulada.
El espécimen fue encontrado en posición horizontal con la cara grabada hacia
arriba y cerca de la altura de los hombros de la momia.
La decoración corresponde a un «pescado» en técnica
realista, de cuerpo alargado, cabeza grande, boca y ojos medianos, una gran
aleta dorsal, dos pequeñas ventrales y una branquial. La cola es robusta y
termina en una aleta caudal simétrica. Todas las aletas se encuentran decoradas
por líneas cruzadas. El diseño ocupa casi toda la superficie de la piedra y
está trazado sobre el diámetro perpendicular de la misma.
El arqueólogo doctor
Pezzia descubrió una piedra grabada junto a una momia, en Ica.
El vestigio se comporta como un nuevo elemento cultural de
la prehistoria regional, constatado con asociación arqueológica. Indudablemente
estas piedras grabadas han debido de cumplir una función importante dentro de
las creencias de las remotas poblaciones del valle de lca, a juzgar por su
apreciable simbolismo. Actualmente estos testimonios se están investigando en
toda su amplitud para lograr conclusiones precisas...
Y el prestigioso arqueólogo peruano concluye su informe con
las siguientes y demoledoras palabras: «La tumba en referencia ha servido para
comprobar la autenticidad de las piedras grabadas durante los tiempos del
Horizonte Medio en el valle de Ica.»
Se puede decir más alto, pero no más claro: para los
arqueólogos -durante los años sesenta-, las piedras grabadas de Ica eran
auténticas. Ellos mismos las habían descubierto en el fondo de tumbas prehispánicas.
Pero, entonces, ¿qué ocurrió? ¿Por qué terminaron por ser rechazadas por la
ciencia ortodoxa? Sólo cabe una explicación: las piedras de Ica quizá hubieran
prosperado de no haber aparecido en ellas el «hombre gliptolítico»...,
conviviendo con dinosaurios...
Esto, para los arqueólogos, era y es aberrante. El hombre
-nuestra humanidad-, como ya mencioné, sólo tiene un millón escaso de años.
Nuestra humanidad no pudo convivir con los citados animales antediluvianos. En
consecuencia: las piedras grabadas de Ica son una falsificación...
Éste, lamentablemente, fue el «argumento» que trató de
arrinconar y arruinar el gran enigma de Ica, Y la sombra de la duda planeó
sobre Uchuya y el doctor Cabrera.
Lo que la arqueología «olvidó»
• 20 de agosto (1966): el arquitecto Santiago Agurto
encuentra una piedra grabada en una tumba prehispánica en la Hacienda Cayano
(lca). En una de las caras presenta un pájaro con las alas extendidas.
Antigüedad de la tumba: entre seiscientos y novecientos años.
• 11 de septiembre (1966): cementerio de Max Uhle (lca).
Agurto y el arqueólogo Alejandro Pezzia descubren una segunda piedra labrada.
En una de las caras aparece una figura en forma de estrella. Antigüedad de la
tumba: entre mil quinientos y dos mil trescientos años.
• 26 de octubre (1966): Pezzia desentierra una tercera
piedra grabada en el cementerio de San Evaristo (Tomaluz, lca). La grabación
representa un «pescado». Antigüedad de la tumba: alrededor de mil años.
• Octubre (?) (1966): Alejandro Pezzia encuentra una cuarta
piedra grabada a cincuenta metros de la anterior, en una tumba
cilíndrico-cónica de 1,60 metros de profundidad, en un terreno arenoso de poca
humedad. Junto a los restos de dos momias (una de veinticinco años y otra de
ocho) descubre una piedra grabada, tipo andesita, de color negro, forma
elíptica y casi plana, con 66 milímetros de diámetro mayor, 45 de diámetro
menor y 16 mm de grosor. Aparece grabada por una de sus caras, con la técnica
de incisión. En el trazado se percibe una llama en un diseño realista. Dicha
grabación abarca toda la superficie de la piedra, con una cabeza grande, orejas
pequeñas, ojo elíptico, hocico rectangular y cuello corto. Antigüedad de la
tumba: novecientos años.
Los primeros análisis Nada de esto sirvió a la hora de
evaluar seriamente esos miles de piedras grabadas. El simple hecho de plantear,
como mera hipótesis, que nuestra humanidad no hubiera sido la única aterrorizó
a los especialistas y la «biblioteca» de piedra fue condenada.
Tampoco sirvió de mucho que Javier Cabrera hiciera públicos
los primeros análisis científicos sobre la posible antigüedad de las incisiones
y altorrelieves. Los arqueólogos «serios y oficiales» de Perú no los tuvieron
en cuenta. Es más: ni siquiera los leyeron...
Éste fue uno de los permanentes lamentos del doctor Cabrera:
«Ni siquiera se molestan en visitar mi museo y examinar las piedras...»
¿Y qué decían aquellos iniciales análisis científicos?
El primero del que tuve conocimiento procedía de la compañía
minera Hochschild y aparece fechado en junio de 1967. El documento lo firma
Erich Wolf y, en síntesis, dice así:
... Se trata indudablemente de piedra natural y redondeada
por transporte fluvial (cantos rodados).
Petrológicamente las clasificaría como milonitas (o
mylonitas) andesíticas. Las milonitas son rocas cuyos componentes han sido
afectados mecánicamente a causa de altas presiones con simultánea
transformación química. En nuestro caso quedan patentes los efectos de una
intensa sericitación (transformación del feldespato en sericita). Este proceso
ha incrementado la compacidad y el peso específico, creando por otra parte la
suavidad que los antiguos artistas sabían apreciar en la ejecución de sus
obras... Por lo demás cabe mencionar que las piedras están envueltas por una
fina pátina de oxidación natural que cubre por igual las incisiones de los
grabados, circunstancia que permite deducir su antigüedad.
No he podido observar ningún desgaste notable o irregular en
las aristas de las incisiones, por lo que cabe la suposición de que han sido
realizadas no mucho antes de depositar los ejemplares en las necrópolis o
lugares donde ahora son encontrados...
Pátina de envejecimiento: la clave Pero Javier Cabrera no se
rinde y envía un segundo lote de piedras grabadas al referido Departamento de
Minas de la empresa Hochschild, en la capital peruana. El 22 de julio de ese
año (1967), Erich Wolf responde a Cabrera con estas palabras:
...He vuelto a examinar las piedras del segundo lote y,
francamente, no he encontrado nada que permita suponer que el tallado fuera
trabajo reciente. En el caso de que a apariencia engañase, los artífices
«envejecerían» artificialmente la superficie después de grabarla, tal vez por
medio de un proceso de calentamiento. Pero realmente no lo parece. Todavía no
sé si me será posible encontrar la manera de determinar la edad de esta pátina
de oxidación que cubre toda a piedra, incluyendo los trazados de dibujo.
En plan de consulta he mandado ejemplares de su último lote
a personas entendidas en la materia y estoy esperando contestación.
Naturalmente pasará algún tiempo.
Ciencia es paciencia...
A mi entender, la única pista para mediciones directas es la
pátina de «envejecimiento» o alteración superficial...
Estudios en Alemania Seis meses más de (22 de enero de
1968), Javier Cabrera vuelve a recibir noticias sobre las piedras grabadas. La
carta de Wolf al Hospital Obrero de Ica dice así:
Estimado doctor:
Finalmente puedo volver con algún motivo sobre el asunto de
los petroglifos.
Como recordará, mandé para su examen algunos ejemplares a la
Argentina, otros a España (aún no tengo noticias) y también varios a la
Universidad de Bonn, en Alemania.
De allí me informan de que las piezas han sido examinadas
por el profesor Dr. Frechen y sus asistentes en el laboratorio de Petrología de
la universidad. Confirman que se trata de una andesita. Todavía precisan que
los grabados han sido realizados por frotación con mica blanca. Sin embargo, la
medición de la edad de la película de oxidación no resultó posible, por
encontrarse demasiado delgada.
Si la determinación directa no resulta practicable, debería
considerarse con más atención 105 métodos indirectos o comparativos que ofrece
la estratigrafía o la paleontología.
Habría que comenzar con un estudio exhaustivo del yacimiento
o lugar del hallazgo para ver si se encuentra material contemporáneo cuya edad
podría medirse (estratos primarios de cenizas volcánicas, restos orgánicos,
restos de utensilios o cerámica, etc.) para llegar por comparación a algún
resultado...
«No son recientes» y el 28 de enero de 1969, el amigo Wolf
pone en contacto a Cabrera con el profesor Trimborn, de la referida universidad
alemana de Bonn. Trimborn, una de las grandes autoridades mundiales del momento
en cultura y etnología indígena del Perú y Bolivia, analiza tres piedras
grabadas de Ica y emite el siguiente juicio:
...No se puede determinar la edad del surco, ni la Era en
que se rellenó el grabado. (Estas incisiones se encuentran siempre rellenas de
tierra.) Ni creemos que haya nadie en el mundo que pueda atestiguar con
exactitud la antigüedad exacta de estas grabaciones. La oxidación,
efectivamente, cubre la totalidad de la piedra. Sin embargo, repetimos, no se
puede determinar su antigüedad. Sin embargo, los grabados o incisiones NO SON
RECIENTES.
Nada de esto, como decía, fue contemplado por la casta
arqueológica del Perú. Y uno se pregunta: si el doctor Cabrera hubiera sido un
farsante, ¿por qué tanto empeño en analizar las piedras grabadas? El médico
iqueño sabía que, de ser un fraude, tarde o temprano sería descubierto.
Insisto: ¿por qué enviar ejemplares a las universidades?
Y, curiosamente, desde el principio, los laboratorios
coinciden: «Una pátina o capa de oxidación natural cubre por entero las rocas
(tanto en las partes no grabadas como en las incísiones).» En otras palabras:
esa oxidación en los surcos reflejaba una considerable antigüedad.
Cabrera, sin embargo, como ya apunté, hizo caso omiso de las
recomendaciones de los científicos que examinaron la «biblioteca» de piedra. No
aceptó desvelar el yacimiento o los lugares de los que, supuestamente, se
extraían las piedras. Y eso, en mi opinión, fue decisivo.
Así, Uchuya y la gente de Ocucaje fueron finalmente acusados
de falsificadores. Según arqueólogos y periodistas, los vecinos de la citada
aldea tomaban cantos rodados de los cerros próximos y procedían al grabado de
los mismos. Y las piedras eran «comercializadas»...
Tenían razón, en parte.
Piedras falsas y auténticas Yo mismo he sido testigo, y así
pude fotografiarlo, de cómo Basilio Uchuya, Irma Gutiérrez y otros vecinos de
Ocucaje, graban un buen número de piedras, merced a sierras, punzones o cualquier
tipo de instrumento cortante.
Primero los dibujan sobre los cantos rodados. Después los
graban y, posteriormente, según los casos, proceden a «envejecerlos»
artificialmente, bien con el uso del fuego o del enterramiento.
Pero esta realidad -provocada o no por los arrestos
policiales de la década de los años setenta- no resuelve la incógnita, tal y
como pretendieron los «sumos sacerdotes» de la arqueología peruana. Y no aclara
el problema por varias razones:
1. Porque no despeja la incógnita de las piedras grabadas
que han sido encontradas en las tumbas prehispánicas.
2. Porque los análisis efectuados en los años sesenta
detectaban ya una pátina u oxidación natural que indicaba una considerable
antigüedad de las incisiones. En ninguno de esos estudios de las universidades
se observó señal alguna de «envejecimiento» artificial provocado por los
artistas.
3. Porque no tiene sentido que alguien trabaje una piedra de
mil kilos durante varios meses para después venderla por tres dólares, suponiendo
que exista un comprador que pueda transportar semejante mole.
4. Porque Uchuya y sus vecinos son analfabetos. ¿Cómo
expresar tal cúmulo de conocimientos si no saben qué es un trasplante o el
ciclo biológico de un estegosaurio?
5. Porque el estudio comparativo de las piedras falsas y
auténticas resulta siempre elocuente. Las primeras son burdas, con grabaciones
toscas, imperfectas e infantiles. Las auténticas, en cambio, son de una
extraordinaria belleza y precisión.
6. Porque, como ya señalé en su momento, para la grabación
de esas once mil piedras existentes en la casa-museo de Ica, Basilio y su gente
hubieran precisado decenas de años, trabajando, además, de sol a sol y sin
respiro. Suponiendo, claro está, que «sólo» sean once mil...
La gran sorpresa Y el Destino -siempre atento- me salió de
nuevo al encuentro. Fueron necesarios veintiocho años. Veintiocho años de
paciente espera...
Recuerdo que, tras confirmar la noticia del fallecimiento de
mi amigo el doctor Cabrera Darquea, sentí el impulso de llamar de nuevo a las
puertas de la humilde choza de Basilio Uchuya, en la cercana aldea de Ocucaje.
No sé muy bien por qué lo hice. Muerto Javier, ¿qué podía importarme el indio
Uchuya? En apariencia, el enigma de las piedras de Ica se presentaba tan muerto
como su gran defensor.
Pero no. Durante todos esos años tuve la satisfacción de
disfrutar igualmente de la amistad de Basilio. E imaginé que la reciente muerte
de Javier Cabrera le habría afectado. No me equivoqué.
Y aquel martes, 15 de enero del año 2002, me presenté en su
hogar. Y surgió la sorpresa...
Durante un tiempo recordamos la figura del médico iqueño.
Después, enzarzados por enésima vez en el misterio de las piedras grabadas,
sugerí «algo» que no pasó desapercibido para Uchuya. Las circunstancias habían
cambiado. Una vez muerto Cabrera, ¿por qué no revelar el lugar del que se
extraían?
Basilio guardó silencio. Y aquella larga y extraña pausa me
desconcertó. ¿Es que existía en verdad el yacimiento?
Y noté cómo el indio luchaba en su interior: Javier Cabrera
estaba muerto. Ya nada era igual...
Fue el momento oportuno. Le garanticé un salario, en
compensación por el posible tiempo perdido, y Uchuya, tras un tímido regateo,
acepto: «Está bien -sentenció-. Tú serás el primero en verlo...»
EXCLUSIVA
Aquel histórico miércoles No podía dar crédito a lo que
estaba pasando...
Basilio Uchuya había aceptado llevarme al yacimiento. Mejor
dicho: hasta uno de los lugares donde, supuestamente, se desenterraban las
célebres piedras grabadas. No, no podía creerlo. Después de veintiocho años...
¿Penetrar en el desierto y extraer las piedras grabadas?
Una operación así -de ser cierta- podría despejar, de una
vez por todas, el oscuro enigma de la «biblioteca» lítica. Y digo bien: «de ser
cierta...»
Uchuya señaló el lugar y los muchachos iniciaron la
excavación en la pronunciada pendiente del cerro.
Miré el reloj. Eran
casi las 21 horas. Y decidí resistir «un poco más» en la casa de Uchuya.
El trato fue muy claro: al día siguiente, miércoles, 16 de
enero, a primera hora de la mañana, regresaría a Ocucaje y Basilio me
conduciría hasta uno de los cerros donde -según él- podría desenterrar las
piedras. A cambio, él recibiría doscientos dólares y una botella de pisco.
< Según los
indios, las piedras grabadas han sido extraídas en el desierto de Ocucaje, un
lugar desolado.
Pero, de inmediato, al cerrar el compromiso, me vino a la
mente una poco tranquilizadora posibilidad: ¿estaba ante una trampa?
¿Qué garantías tenía de la sinceridad del indio? En
realidad, ninguna. En cuanto me despidiera, Basilio podía salir de Ocucaje y
enterrar algunas de las piedras grabadas en un cerro próximo. Y, como digo,
traté de prolongar mi estancia en la choza. Cuanto menos tiempo de maniobra le
concediera a Uchuya, más limpia será la operación del día siguiente.
Y aquel histórico 16 de enero, a las 8 horas, Uchuya nos
condujo entre los resecos cerros del desierto de Ocucaje. No se alejó mucho de
la aldea. Trepamos hasta lo alto de una de las pequeñas colinas y esperamos.
Basilio observó los alrededores y dio la orden de proseguir. Con él caminaban
tres muchachos jóvenes, provistos de las correspondientes palas. Finalmente se
detuvo de nuevo.
Primera piedra Basilio examinó la ladera. Y al poco,
marcando una amplia zona con la mano, animó a su gente para que iniciara la
excavación. En ese momento intervine y detuve la acción de los indios. Tenía
que asegurarme en la medida de lo posible. Y así lo hice. Me aproximé al
terreno señalado por Uchuya y le solicité a Iván, mi hijo, que fotografiara la
fuerte pendiente. Por mi parte me centré en la naturaleza y disposición de la
ladera. Parecía un terreno bien apelmazado, sin huella alguna de excavaciones
recientes.
Y al cabo de algunos minutos, satisfecha mi curiosidad,
autoricé a Basilio para que iniciaran el trabajo.
Lo ideal habría sido contar con la presencia de geólogos y
arqueólogos que, obviamente, levantaran acta de lo acaecido en aquella calurosa
mañana. Pero el «sí» de Basilio fue tan súbito que, francamente, no tuve margen
de maniobra. De todas formas, allí estaban las cámaras de «Planeta encantado»
como un improvisado e implacable «notario»...
A simple vista, insisto, la tierra y los guijarros que daban
forma a la acusada pendiente aparecían compactos y sin huella de manipulación
previa. Si Uchuya hubiera enterrado las piedras grabadas horas antes, lo lógico
es que la ladera presentase otro aspecto.
Y nervioso, esperé...
Cuarenta y cinco minutos más tarde el corazón me dio un
vuelco. Omar, uno de los muchachos de Ocucaje, detuvo la pala y señaló un punto
entre la polvareda. Todos corrimos hacia la zona. Todos menos Basilio. Me
incliné sobre el terreno y, en efecto, descubrí una pequeña piedra grabada,
semienterrada. Ante mi asombro, todo parecía correcto. La tierra se hallaba
seca, sin señal alguna de excavación previa. Y despacio, muy lentamente,
cepillo en mano, procedí a extraerla.
Histórico día. Por primera vez, las cámaras daban fe de la
extracción de piedras grabadas en Ocucaje.
¡No podía creerlo! Aquello, efectivamente, era una piedra
grabada ... Pero, entonces...
Miré a Uchuya. El indio seguía en el mismo lugar. Y se
limitó a sonreír. Nunca supe si aquella sonrisa escondía una doble intención...
Nueve piedras grabadas Minutos después, reanudados los
trabajos de excavación, otro de los indios dio la voz de alarma. iSegunda
piedra grabada!
Procedí al mismo y minucioso sistema de análisis, limpieza y
extracción de la roca. Aquélla, como la anterior, llevaba mucho tiempo en el
cerro. Pero ¿cuánto?
A cada palada, la fuerte inclinación hacía que los cantos
rodados y la tierra se precipitaran hacia la base del cerro, lo cual
dificultaba la localización de los ejemplares grabados. En buena lógica, si
alguien hubiera tratado de enterrar previamente aquellas piedras, la referida
inclinación de la ladera -superior a un 40 por ciento- habría obstaculizado
seriamente el trabajo. Es más: dudo que el autor del supuesto fraude hubiera
sido capaz de sepultar un solo ejemplar.
Tensa emoción al descubrir una nueva piedra grabada. Casi
todas aparecían a escasa profundidad.
¿Cuántas piedras grabadas se perdieron ladera abajo en
aquella increíble mañana? Nunca lo sabré...
La cuestión es que, en poco más de hora y media, Uchuya y su
gente sacaron a la luz un total de nueve piedras grabadas. Es decir, a razón de
una cada diez minutos. Dos de ellas, de gran peso y considerables dimensiones.
Y todas -no me cansaré de insistir- en un terreno virgen, sin huellas de
manipulación previa.
La experiencia fue desconcertante. ¿Significaba esto que
Basilio Uchuya decía la verdad? ¿Debía tomar el hallazgo de estas piedras
labradas como la confirmación de las teorías del doctor Javier Cabrera?
Sinceramente, después de estas extracciones, mi confusión en
torno a las piedras mágicas de Ica aumentó considerablemente. J.J.Benitez
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