Los
traidores de diciembre y el día de la infamia
Los llamados
padres de la Constitución de 1978
Por Luis Zapater/Artículo publicado en AD en 2013.- Cada
sociedad tiene en una etapa histórica determinada su peculiar “día de la
infamia”. Para la generación estadounidense que vivió la II Guerra Mundial el
día de la infamia fue un funesto 7 de diciembre de 1941 cuando oleadas de
aviones japoneses torpederos y bombarderos en picado destrozaron la flota
estadounidense en la base naval de Pear Harbor en las Islas Hawai. La
generación estadounidense anterior a la guerra del 41 había tenido como “día de
la infamia” el 24 de octubre de 1929, cuando Estados Unidos se despertó con el
crack de la bolsa de Nueva York, dando comienzo a la mayor crisis de la
historia del capitalismo (“la Gran Depresión”) de la que Estados Unidos salió
gracias precisamente a la guerra, crisis que sin duda será superada por la
actual crisis económica española.
Diez años antes, el pueblo alemán había tenido su “día de la
infamia” el día en que fue sancionada la Constitución de la República de
Weimar, tal y como lo requerían los que querían convertir a Alemania en una
nulidad política y militar, el 11 de noviembre de 1919, curiosamente al año de
otro día aún más funesto para el pueblo germano (el 11 de noviembre de 1918,
cuando se produjo el armisticio). Los alemanes, que vivían explotados para
complacer a las voraces potencias saqueadoras aliadas que establecieron
indemnizaciones multimillonarias a pagar hasta el año 2010, -las cuales fueron
terminadas de cumplir por la Sra. Merkel-, denominaron a los políticos que
participaron en su redacción y votación “los traidores de noviembre”.
El 6 de diciembre de 1978 el pueblo español perdió una
oportunidad histórica. Aquél día de hace 35 años un pueblo que podía empezar a
vivir su andadura sin ser tutelado como menor de edad por un Estado autoritario,
fue presa, bajo las promesas de una falsa libertad, de la mayor traición que ha
visto su Historia. A Los 7 traidores que participaron en su redacción (Gabriel
Cisneros, Miguel Herrero, José Pedro Pérez Llorca, Manuel Fraga, Gregorio
Peces-Barba, Miquel Roca y Jordi Solé Tura), se les llamo “Los padres de la
Patria.”
Durante los casi tres años que transcurren desde la muerte
de Franco hasta la aprobación de la Constitución actual tuvo lugar el
desmantelamiento del Régimen anterior, cuyo punto culminante fue la Ley para la
Reforma Política de 1977, Ley aprobada mayoritariamente por los mismos que
habían jurado sus principios, desde S.M. hasta los Procuradores que
participaron, no en el “haraquiri” como se dijo, sino en el “seppuku” (palabra
correcta japonesa para describir el suicidio) del régimen. Sólo el 11,87% de
los Procuradores en Cortes votaron en contra (59), frente a los 425 que votaron
a favor (un aplastante 85,5% a favor del cambio) y 13 abstenciones. En un
brillante discurso el Procurador D. Blas Piñar describía perfectamente la Ley,
dando a entender enérgica pero exquisitamente que a él no le “vendían la
burra”, porque para él no era una mera reforma, sino una completa subversión y
trastocación del orden anterior, conclusión que se extraía de una simple
interpretación a partir del mero sentido común del articulado de la misma. La
promesa de una vida tranquila o incluso nuevas prebendas era más reconfortante
para la inmensa mayoría de los Procuradores que el cumplimiento de un
juramento.
También en 1977 se produjo la polémica Ley de Amnistía por
la que se ponía en la misma balanza a los posibles delitos contra los derechos
fundamentales cometidos por los servidores del Estado junto a los crímenes de
los terroristas, gracias a la cual, y en un gesto de “generosidad” de la joven
democracia española, salieron los terroristas de prisión. Justo al día
siguiente de que el Consejo de Ministros ratificase el proyecto de Ley, (el 15
de octubre de 1977), un comando de ETA-Militar asesinaba a Augusto Unceta,
presidente de la Diputación de Vizcaya, y a sus dos escoltas. La amnistía,
-comunicaron los terroristas,- «es parcial, pero aunque fuese total no
variarían nuestros planteamientos, ya que nosotros iniciamos la lucha porque
Euskadi está oprimida».
A partir de ahí, no sólo el terrorismo se envalentonó por la
debilidad cómplice del Estado, sino que, dada la percepción por la ciudadanía
de la pérdida progresiva de principio de autoridad (fundamental en toda
sociedad) desde la muerte de Franco, se sucedió una ola de delincuencia juvenil
multiplicándose los homicidios, asesinatos, violaciones, y sobre todo, los
robos con violencia o intimidación. Recuerdo que aquella ola de inseguridad
ciudadana se palpaba no sólo en la preocupación que mostraban los más allegados,
sino también en la calle.
También en octubre de 1977 se firmaron por los
representantes políticos de la nueva casta llamados a gobernar, los “Pactos de
la Moncloa” para garantizar estabilidad económica y política al país y evitar
un golpe de Estado. Tales pactos fueron un duro golpe a los derechos sociales
que habían conseguido los trabajadores durante el régimen anterior. Así, en
materia económica destacaba la flexibilización del régimen laboral, a través de
mecanismos de contratación temporal (sobre todo de jóvenes) y mayores
facilidades para el despido de personal, reconociéndose el despido libre para
un máximo del 5% de las plantillas de las empresas; el derecho de asociación
sindical; fijación en el 22% del límite de incremento de salarios (inflación
prevista para 1978); Se acordó mantener el aumento de los salarios por debajo
del nivel de inflación, lo que supuso un recorte del 7% del nivel de vida de
los asalariados. A cambio, se prometieron algunas reformas sociales y
económicas las cuales tardarían en llegar y otras nunca llegarían. Este fue el
caso, por ejemplo, de la promesa de restituir a los sindicatos el “patrimonio
sindical” -el enorme patrimonio acumulado por el sindicato vertical durante
casi cuarenta años- del que sólo se beneficiarían Comisiones Obreras y UGT,
creando un importante agravio comparativo.
Durante el año y medio anterior a la aprobación de la
Constitución de 1978, y tras la legalización de los partidos políticos y las
primera elecciones democráticas de junio de 1977 en la que resultaría vencedora
la UCD de D. Adolfo Suarez, se produjo el debate, redacción y presentación de
enmiendas a la futura Constitución. Se trató de que todos los grupos que
tendrían buena acogida en el Sistema (hasta los separatistas) tuvieran algo que
decir, menos el nacionalismo español y la izquierda extraparlamentaria. Con
afán de aglutinar a la población española en torno al centro (centro izquierda
o centro derecha) los servicios de información del Estado orquestaron
provocaciones que sirvieran para desprestigiar a los dos extremos, que costaron
la vida de decenas de personas, como ocurrió en la matanza de Atocha (octubre
1977) de la que se culpó a toda la ultraderecha, mientras en el Caso Scala de
Barcelona (enero de 1978) se acusó a la CNT de incendiar una discoteca con
resultado de muertes.
Como las labores de la cloacas del Estado no garantizaban
suficientemente el triunfo del experimento del “consenso”, con el fin de lograr
la aprobación de la Constitución, la Televisión Nacional y la Radio Nacional de
España fueron empleadas a fondo para aprovechar el monopolio de los medios de
comunicación en manos del poder (residuo de la época franquista) para lanzar
únicamente propaganda a favor de la aprobación de la Constitución. Así, a los
partidarios del régimen anterior se les dio el dilema “o Constitución o
Comunismo”, mientras a sus opositores se les dijo: “O Constitución o
continuación del franquismo”. El resultado fue que se votó a la Constitución
del miedo.
Sé que los defensores del Sistema me dirán: “pero la
Constitución la votó nada menos que un 88,54% del electorado, por lo que fue el
resultado de la voluntad mayoritaria de la inmensa mayoría del pueblo español”;
pero eso es una verdad a medias. Hay que tener en cuenta que si la
participación fue de un 67,11%, hubo casi una tercera parte de españoles
(32,89%) que se abstuvieron, lo que constituye un alto índice de no
participación. De otro lado, entre votos en blanco (3,57%) o votos contrarios
(7,89%) hubo un 11,56% que no la aceptaron, de manera que entre los
abstencionistas, en blanco y los contrarios hubo un 44,45% de españoles que no
se manifestaron a su favor, todo lo cual, teniendo en cuenta la presión
mediática a su favor, es un resultado que aunque democrático le impide tener
legitimidad plena, porque no hubo oportunidad de manifestar otra opción.
De otro lado, resulta revelador en cuanto a la falta de
legitimidad la ausencia de unas verdaderas Cortes Constituyentes, como ha
ocurrido en otros procesos constitucionales del Derecho Comparado. A esto hay
que añadir otras tropelías jurídicas, como el hecho de que los entes
preautonómicos fueron sacados de la chistera sin que ni siquiera hubieran sido
recogidos en los pactos de la Moncloa. No se informó al pueblo del alcance real
del Título VIII de la Carta Magna, principal responsable del actual
enfrentamiento regional entre los españoles y de nuestro desastre económico,
porque el referéndum fue un contrato de adhesión en el que unos malos
consejeros promovieron que nuestro pueblo ratificara el mecanismo legal supremo
para legalizar su propio suicidio, sin ser informado de la “letra pequeña”. En
fin, una estafa de proporciones gigantescas aprovechando la ignorancia política
de un pueblo que siempre ha carecido de sentido crítico con los gobernantes, y
más todavía tras 38 años durante los cuales la consigna del poder era “No se
meta en política…haga como yo”, frase que era una trampa, dado que el
Generalísimo que la pronunció era el único que podía permitirse el lujo de no
necesitar a la política para gobernar.
No hubo, pues, Cortes Constituyentes, y todo fue resultado
de la voluntad de Monarca, al que alabó en su día Felipe González diciendo que
es un hecho inédito en la historia que un rey que recibe de manera absoluta los
poderes del “Estao” de una “dictaura” se despojara de los mismos por el bien
del pueblo, hecho que a su entender aún no ha sido suficientemente reconocido.
Sin embargo, a la luz de la evolución política de la Corona y de los escándalos
que todos conocemos, ya podemos afirmar que el fin principal que perseguía S.M.
el Patrón del Bribón era el buen vivir (“a mi dejádmelo todo hecho” le dijo a
Suárez), de manera que esa pérdida de potestades fue una manera de evitar
responsabilidades cómodamente. De la misma manera, había abandonado al poco de
morir Franco al pueblo saharaui a su suerte frente al invasor marroquí, como
abandonó a Carlos Arias, a Suárez y a Aznar cuando ya no les hacía falta.
La costumbre de evitar responsabilidades pasó del vértice de
la pirámide del poder a sus súbditos, y se fue generalizando una manera de
gobernar por la que ningún político es responsable de nada. De la idea de
servicio (público) se pasó a la de vicio, y la corrupción se institucionalizó.
Curiosamente, y siendo yo sólo un pequeño de poco más de diez años ya intuía en
aquel entonces (por el año 1980) que aquello no podía funcionar, que este
régimen acabaría mal (tal vez en una guerra civil) por su ausencia total de
principio de autoridad. Esto se tradujo en la vorágine carnavalesca de
proclamación de pretendidos “derechos históricos” y autodeterminaciones varias.
En Valencia en aquellos años “¡Llibertat, amnistía, Estatut d,Autonomia!” eran
reivindicaciones populares muy festejadas en la calle, a lo que añadían los
progres de bragueta “¡y una tía cada día!”.
Resulta sorprendente que lo que veía un niño de 10 años
después de su experiencia particular de la transición no lo vieran ilustres
catedráticos, economistas, abogados del Estado, fiscales o empresarios. Supongo
que se deberá a que el sentido común es el menos común de los sentidos en el
pueblo español. A la luz del texto de la Constitución ratificado hace 35 años
en referéndum, para una persona con inteligencia normal (y no necesariamente un
profesional del Derecho) debería ser evidente prever todo lo que ha pasado
durante los últimos años. Si el artículo 2º establece que la Constitución se
fundamenta en la “indisoluble unidad de la Nación Española, patria común e
indivisible de todos los españoles” y continúa diciendo que “reconoce y
garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la
integran y la solidaridad entre todas ellas”, se percibe a simple vista una
manifiesta contradicción por reconocer unas presuntas nacionalidades en una
misma Nación, que se proclama indivisible. No es filosófica, ni siquiera
metafísicamente posible ser y no ser a la vez. No se puede ser Nación y no
serlo. No se puede ser nacionalidad dentro de una Nación indivisible. No se
puede “estar un poquito embarazada” como decía De Gaulle. Esto pone de
manifiesto que el artículo se redactó para tratar de complacer a los que creían
en la unidad de la Patria, pero también a los que la detestaban, y como ya
advirtió en su día Julián Marías, dicho artículo tendría indeseables
consecuencias en el futuro.
De la misma manera, si se establecen unas competencias
“exclusivas” del Estado en el art. 149, no pueden entenderse por tales aquéllas
que puedan ser transferidas a las Comunidades por la vía del art. 150.2, que
fue la trampa legal que la Constitución estableció a partir de la cual se
orquestó el fraude del desarrollo competencial asimétrico a costa de las
competencias exclusivas del Estado.
Siguiendo un razonamiento lógico, las injusticias que
estamos padeciendo los españoles, (sobre todo en materia de seguridad), desde
hace 35 años tienen un claro origen en el artículo 25.2 de la Constitución que
sólo habla del principio de reinserción en el ámbito penal y penitenciario,
único fin al que se debe atender en estas materias, de manera que lógicamente
no sólo los trabajos forzados están proscritos, sino también la cadena perpetua
o la pena de muerte. El escándalo habido con la Doctrina Parot y otros
escándalos por escasas condenas por crímenes castigados por sentencia penal
firme a cientos de años se comprenden a partir de ahí.
Sé que se me puede criticar por mi rechazo total a esta
Constitución, sobre todo por aquellos que desde un apego irracional al Sistema
me manifestarían que bastarían las reformas necesarias para salvar el texto
“que ha garantizado una convivencia en libertad durante décadas”. Pero yo les
digo que los presupuestos filosóficos sobre los que esta Constitución se
asienta están errados, pues los cimientos de este entramado jurídico
constitucional están en el art. 1º, donde se proclaman los cuatro valores constitucionales:
Libertad, Igualdad, Justicia y Pluralismo” en un orden que como dijo Pérez Royo
no es inocente, pues revela que para este Sistema lo primero es la Libertad, no
la Justicia, y de ahí lo que tenemos hoy con tantos escándalos en el ámbito judicial,
sobre todo aquellos que como he dicho se relacionan con la facilidad que este
Sistema permite que los crímenes más atroces salgan gratis, permitiendo la vida
en libertad tras breve periodo carcelario (en comparación al daño causado) a
los criminales más abyectos.
De otro lado, hay que decir sobre los maravillosos años de
convivencia en libertad que no basta con la proclamación de derechos y
libertades fundamentales, sino que éstos deben ser garantizados por los poderes
públicos para que verdaderamente sean reales y efectivos. ¿De qué sirve el
valor libertad del art. 1º o la seguridad del 17 si la escasa efectividad del
sistema judicial y penitenciario alienta al criminal a actuar? ¿De qué me sirve
que la Constitución proclame la libertad y la seguridad si estoy indefenso (sin
ni siquiera un garantizado derecho a la legítima defensa) ante un asalto de una
banda armada de albano-kosovares? ¿De qué sirve la cacareada libertad de
expresión del artículo 20 si el Código Penal de Gallardón permite dejar fuera
de la Ley a todo aquel que no profese el pensamiento dominante? ¿De qué sirve
el derecho a la educación del 27 si en la práctica se establece la imposición
educativa forzosa del separatismo? ¿De qué sirve el derecho a la vida si el
Tribunal Constitucional, supremo intérprete de la Constitución, dice que ésta
no garantiza el derecho a la vida del nasciturus en su contradictoria sentencia
53/85?
Frente a estos argumentos de gentes superficiales o
interesadas está la realidad de que durante el franquismo los derechos que se
reconocían eran reales y efectivos, y además estaban garantizados por un poder
judicial verdaderamente independiente. Hoy día el problema no es la falta de
independencia ya, sino el ostentoso y licencioso contubernio existente entre
los confundidos tres poderes del Estado.
Sé que también algunos bienintencionados me dirán como
dijeron de la II República Unamuno y Ortega: “¡No era esooooo, no era esoooo!”,
pero reitero que sólo alguien con mala voluntad o sin sentido común podía
asegurar que no iba a ocurrir que lo que era previsible aquel nefasto día de
diciembre de 1978 haya sucedido a lo largo de estos años.
De otro lado, cualquier lector bienpensante me podrá decir
que como Profesor de Derecho Constitucional no tengo derecho a criticar o
atacar aquello que es la base de mi profesión, pues me gano la vida dando
clases comentando la Constitución. A esa recriminación les diré que una cosa es
mi opinión personal sobre nuestra Carta Magna, nunca antes manifestada de
manera tan cruda, y otra es el cumplimiento de unos contenidos lectivos que he
cumplido a rajatabla, pero eso sí, permitiendo que el alumno, con conocimiento
de la legislación y jurisprudencia constitucionales, saque las conclusiones que
crea pertinentes. Yo, a diferencia de muchos políticos del sistema y de sus
valedores (Magistrados del Tribunal Constitucional, Fiscales políticos,
abogados del Estado), aunque la haya criticado, he respetado a la Constitución
porque es la norma suprema que el pueblo aprobó en su día, es el fundamento del
orden actualmente establecido, aunque la Constitución no respete ni a mi
inteligencia ni a mi Nación.
Los que no hacemos ascos a la idea de patriotismo hemos
tratado de combatir o en su caso capear este orden anti-nacional de la mejor
manera posible. Recuerdo que entre mis compañeros de Carrera el día de la Jura
de los nuevos letrados hubo a quien se le ocurrió “catar” (que no acatar) la
Constitución. Llevo ya diez años “catándola” no sólo como profesor de Derecho
Constitucional, sino como analista político, y he de decir que sabe muy mal.
Mi buen amigo D. Guillermo Blanquer Roselló, médico de
Profesión, no era partidario cuando hizo el servicio militar en la Armada, de
prestar el juramento de marras imprescindible para pasar de recluta a soldado, y
advirtió a sus jefes y oficiales que él sólo quería jurar dar hasta la última
gota de sangre por la independencia, unidad e integridad territorial de la
Patria, pero no por el Rey ni por su Ordenamiento Constitucional. Tras dictamen
de facultativo en psicología que estableció que no tenía patología mental
alguna, evitó que se cursara la petición de manera colectiva (lo que le hubiera
supuesto sanciones disciplinarias por falta muy grave según la Ley Orgánica
8/1998 de Régimen Disciplinario de las Fuerzas Armadas), y al final, el día de
la jura, cuando se le preguntó en formación como a todos los demás, con la
famosa frase del juramento lanzada por el megáfono, gritó, como en una
pesadilla, y ante los familiares de los reclutas en la Jura, un fuerte ¡¡¡NOOOOOOOOOO!!!,
que le valió las reprimendas de sus compañeros, sorprendidos y asustados de que
pudieran arrestarlos a todos por su culpa perdiéndose el permiso tras la Jura.
6 de diciembre de 1978. Causa de las causas de nuestro
desastre colectivo. A los que os autodenomináis “demócratas” del Sistema yo os
digo sobre los “logros” de vuestra Constitución que donde vosotros veis
tolerancia yo veo complicidad con el Mal. Donde vosotros veis progreso yo veo
retroceso, y lo que llamáis intolerancia yo lo llamo las fuerzas vivas de la
reacción, que hoy son las únicas fuerzas verdaderas que le quedan a la Nación.
Mi más firme propósito es que los sucesores ideológicos de
los “7 magníficos” perpetradores de la mayor traición que han visto los siglos
sean juzgados algún día por un nuevo tipo penal de delito de traición, que con
carácter retroactivo y de manera excepcional sea aplicado para que al menos
respondan ante las generaciones venideras por haber dejado en la mayor ruindad
moral y material a la Nación con el Estado más antiguo del mundo. Ni aunque se
os condenara a trabajos forzados por el resto de vuestra vida pagaríais el daño
que le habéis hecho a España.
*Doctor en Derecho Constitucional.-----------------------------------------------------------------------
Hola,
Trabajo en el INEM. Os
quiero contar una anécdota para que ilustre otro de los disparates que ha
llevado a España a estar como está.
Atiendo a un señor, sus rasgos denotan que es de origen
marroquí. No habla español, prácticamente nada. Le pido la identificación y
oh, no tiene NIE, tiene DNI. Está
nacionalizado. Rápidamente me pregunto cómo una persona que está nacionalizada,
no sabe hablar castellano.
Y no es porque sea marroquí de nacimiento, es que me asombra
cómo se puede vivir 10 años en un país y no aprender el idioma, al menos para
mantener una conversación, y mucho más, como se llega a obtener la
nacionalidad. Pero vamos, que opino lo mismo de los alemanes que llevan aquí un
década y ni papa.
Observo su vida
laboral. Comienza el alucine. El hombre trabajó en su día un añito, prácticamente
justo, de forma más o menos seguida, en bastantes empresas, en muchas termina
por baja voluntaria. En una de ellas genera situación legal de desempleo (es
despedido) y con el año raspado solicita paro. Bien, 4 meses de contributiva.
Al agotamiento, subsidio con cargas
familiares (residentes en marruecos) y
mayor de 45 años, 24 meses de subsidio. Tras cobrar el subsidio,
milagrosamente, y tras estar 28 meses (casi dos años y medio) como demandante
de empleo, parado, oh milagro, se coloca al mes de terminar de cobrar. Vuelve a
trabajar de forma más o menos seguida en distintas empresas, en algunas de las
cuales termina con baja voluntaria y tal. Misma dinámica laboral. 2 meses por
aquí, 1 mes nada, 3 meses por allá... Y he aquí que el hombre junta justito 180
días, qué milagro. Pues hala, subsidio de cotización insuficiente con cargas,
21 meses. Tras el agotamiento, cobra el
prodi, 6 meses más de subsidio. En todo ese tiempo ni una colocación, nada, ni un trabajito. Entre
medias, el señor se ve que pidió la
nacionalidad y se la dieron.
Bien, ahora, tras
cobrar todo lo cobrable, se larga a otro país de la UE, con su condición de ciudadano
comunitario.
Una reflexión.
Este hombre ha venido de otro país, supuestamente a buscarse la vida, ha trabajado año y medio, y
se le ha dado 55 meses de prestaciones por desempleo, más de 4 años y medio, y
la nacionalidad. Cuando estaba cobrando prestaciones ni siquiera se ha
molestado en aprender castellano.
Juro que el caso
es verídico. He visto algún caso más bestia todavía, pero esto ha pasado esta
misma mañana.
La cosa es que es
todo legal, al señor no se le puede decir ni mu.
Si a esta
picaresca, nacional y extranjera, se le añade el resto de problemas del país,...... Así nos va.
Pasadlo para que
llegue a dónde deba llegar.
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